Rafael Torres
Ese
pueblecito ya constituido pomposamente a principios del siglo pasado como
municipio de la provincia de El Seibo, a partir de 1911, vio llegar
norteamericanos con la determinación de construir un gran central azucarero y
un muelle para traer los materiales para la construcción de la enorme
instalación primero y después exportar su azúcar.
Aquel
pueblecito de unos 3 mil habitantes entonces, vio llegar también
puertorriqueños y súbditos ingleses de las Antillas menores, "
cocolos", que trabajaban en el central Guànica de Puerto Rico, propiedad
de la misma empresa que construiría el que sería llamado Central Romana.
Se
precisaban peones por millares, había trabajo seguro para todo quien llegara
dispuesto, el Central construiría viviendas para algunos, solteros y con
familia, y el ayuntamiento municipal facilitaba solares para la construcción de
viviendas e instalación de negocios diversos.
De
esa forma comenzó a poblarse La Romana y a expandirse el pueblecito. Cierren
los ojos como yo amigos, e imaginen el movimiento de aquellos días en el que
fuera un tranquilo lugar hasta hacía poco tiempo. Cómo y dónde vivían aquellos
centenares de recién llegados en busca de trabajo y una mejor vida.
La
imaginación tiene que construir y ampliar lo que los historiadores han escrito
someramente sobre aquellos días. Comenzaba a dar sus primeros pasos en la
segunda década del siglo pasado el pueblo que años más tarde sería el más
importante de la región Este, formado de inmigrantes americanos, boricuas,
ingleses, dominicanos de todo el país, árabes, españoles, italianos, corsos y
chinos.
Era
una pequeña Babel en que sonaban varios idiomas y distintos acentos del habla
criolla como el higüeyano, seibano, samanense, sureño y cibaeño.
Con
el paso se irían conociendo unos y otros, compañeros de trabajo, del pausa
boricua, del cocolo inglés, de lejitos con el jefe y huraño gringo, cliente del
barbero, del sastre y barsano del árabe de la tienda de ropa, así como uno del Cibao
se casaba con una seibana y un boricua con una criolla, un cocolo se uniría con
una nuestra y en menor escala un italiano, corso, español y hasta uno que otro
gringo se cruzaría con una morena, una mulata o una jaba y comenzaron a nacer
romanenses, más tarde Serie 26.
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