Está en las
manos de los docentes que sus estudiantes disfruten diversas lecturas y que
conozcan que estas son para vivirlas, gozarlas, discutirlas, subrayar los
pasajes interesantes
Por: Hilda E. Quintana
Matilde García-Arroyo
Inter Metro-Cátedra Unesco
EL VOCERO
En nuestra
columna de la semana pasada les comentamos un poco sobre la importancia de que
todos los programas de preparación de maestros debían incluir algunos cursos
que ayuden a sus estudiantes a prepararse para enseñar a leer. Que quede claro
que no hablábamos de la lectura inicial o de aprender “ma, me, mí, mo, mu” pues
de eso no se trata.
Nosotras
pensamos que todos los maestros, sean de ciencias o historia, deben estar
preparados para enseñar a leer a sus estudiantes los textos de su disciplina,
pues son ellos los llamados a así hacerlo. No se puede asumir que una vez que
los niños aprenden la mecánica de la lectura, podrán leer todo tipo de texto.
Ni tan siquiera se puede asumir que podrán leer la literatura que usualmente se
asigna en una clase de español o de inglés. Son los maestros de todas las
disciplinas los llamados a preparar a sus estudiantes para que puedan procesar
los tipos de textos que son característicos de su área de estudio.
Ahora bien,
para que esto sea posible tenemos que comenzar por subrayar que todo maestro
debe ser primeramente lector. Poco podremos lograr si los maestros no son
lectores. Es casi imposible pedirle a un maestro que no es lector que forme
lectores. Así lo han dicho muchos investigadores que han estudiado el proceso
de la lectura a fondo, incluyendo a Garrido (1999), a quien regularmente
citamos en nuestras columnas porque siempre nos da luz sobre estos temas tan
importantes. Dice este investigador: “Son los maestros quienes pueden
transformar el país en que vivimos a través de la lectura” (1999, p. 63). ¿No
les parece que son sabias sus palabras?
No nos
cansamos de señalar que un buen lector se hace leyendo. Por eso, nos parece que
las escuelas de educación en las universidades pueden hacer mucho para que esto
se logre, si es que sus estudiantes llegan a la universidad sin ser lectores.
Nunca es tarde para que un futuro maestro se convierta en lector. Hay que
proporcionarles artículos, revistas, periódicos y libros de temas que les
interesen. Esa es la razón por la que recomendamos que paralelamente al
programa curricular se organicen actividades que fomenten la lectura, como lo
son clubes de lectura para que los estudiantes lean por placer. En otras
palabras, no se trata de incluir lecturas para contestar preguntas que casi
siempre se pueden responder sin haber leído el texto. Es promover el deleite de
la lectura y quizás luego escribir y reflexionar sobre lo leído. Dice Garrido
que el hábito de leer no se enseña, se contagia, y así lo hemos hecho con
muchísimos de nuestros estudiantes, a quienes hemos contagiado al hablarles de
las lecturas que estamos realizando, ya sea relacionada con la clase o con las
que hacemos por placer.
Hace ya
muchos años que en una columna les decíamos que “el docente-lector automáticamente
se convierte en un promotor de la lectura. Esto es así puesto que tiene a los
estudiantes en el salón de clases y los puede ir apasionando poco a poco por la
lectura, no importa la materia que enseñe. Puede jugar a ser Scherezada, la
protagonista del libro Las mil y una noches, que dejaba sus historias
inconclusas y despertaba en el rey el deseo de conocer el final de la
historia”. ¿No les parece que un profesor de educación puede hacer lo mismo con
sus estudiantes al crear un club de lectura y compartir sus lecturas con ellos?
¿No les parece que quizás así logra que esos futuros maestros se conviertan en
lectores de por vida?
Está en las
manos de los docentes que sus estudiantes disfruten diversas lecturas y que
conozcan que estas son para vivirlas, gozarlas, discutirlas, subrayar los
pasajes interesantes, anotar los más íntimos pensamientos sobre las mismas; en
fin, establecer un diálogo entre el autor y el lector.
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