El Cañero

22 de enero de 2021

Isabel Díaz Ayuso, contra todo y contra todos: "Soy una mujer crítica. Si creo que algo no está bien, lo digo"

 Vanity Fair


Su confinamiento en un apartahotel de Kike Sarasola fue una exclusiva de 'Vanity Fair' que saltó a todos los medios informativos. Nueve meses después, y en medio de la tercera ola del COVID-19, hablamos con la presidenta de la Comunidad de Madrid.

"La política me interesó desde pequeña. Y el periodismo. Recuerdo cuando cayó el Muro de Berlín. Yo tenía 11 años y me pasé el fin de semana fascinada siguiendo todo por la televisión. A los demás les pareció un hecho importante, pero a mí me pareció alucinante. En general, cuando han ocurrido acontecimientos históricos siempre los he vivido con mucha intensidad”, asegura Isabel Díaz Ayuso (Madrid, 42 años) mientras la maquilladora le retoca sus enormes ojos color marrón. Podemos intuir la intensidad con que la niña Ayuso habría vivido un acontecimiento histórico como el coronavirus, aunque seguro que no se parece a la intensidad con la que lo ha vivido como presidenta de la Comunidad de Madrid.

La dirigente madrileña ha sido una de las revelaciones de la pandemia. Alabada por unos, ridiculizada por otros, no ha dejado indiferente a nadie. Sus memes —que ya se abrieron paso antes de que la debacle empezara— no eran más que un atisbo de lo que se avecinaba. Su gestión contra la pandemia y su resistencia feroz frente al gobierno central —en una especie de “Dime qué opinas que me opongo”— no solo han descolocado a presidentes (del gobierno y autonómicos), ministros, expertos y políticos en general. También a parte de la sociedad española que ha seguido atónita —algunos para bien, otros para regular— sus políticas e intervenciones. ¿Acaso duda de que frases como “Madrid es España dentro de España. ¿Qué es Madrid si no es España?” pasarán a la historia?

La primera ola convirtió a Ayuso en una mártir: las muertes en las residencias madrileñas se incrementaron en un 245%, según datos del Instituto Nacional de Estadística, mientras ella se quejaba con amargura de la falta de material sanitario. Con la segunda ola se afianzó en la resistencia. Haciendo caso omiso a todos —y todas— mantuvo Madrid a pleno rendimiento —comercios, cines, restaurantes y ¡bares! abiertos— con los contagios asombrosamente a la baja.

Aunque algunos expertos apuntaban a una posible inmunidad de rebaño —hubo tantos infectados en la primera ola que el virus ya no se esparcía con tanta facilidad—, ella defendió a capa y espada su gestión: distribución masiva de tests de antígenos —que detectan un positivo en cuestión de minutos pero arrojan muchos falsos negativos—, confinamiento por barrios y su proyecto estrella: la construcción del hospital Enfermera Isabel Zendal, una inversión de 100 millones de euros y 100 días de obras que ha supuesto un aluvión de críticas sin parangón, por caro e innecesario. ¿La tercera ola? Tras unas Navidades con muchos allegados y pocas restricciones y la cepa inglesa abriéndose camino, la nueva normalidad no termina de llegar. Madrid tampoco se libra esta vez.

—¿Cree que es la política peor tratada por la prensa?

—No diría eso. Es verdad que he tenido muchísimas campañas de descrédito y en muchas ocasiones no me han aceptado como político. Han minusvalorado mi currículum. Siempre me intentan emparentar con alguien: que si soy hija política de Esperanza Aguirre, cuando no de Aznar, cuando no de Miguel Ángel Rodríguez. En realidad soy una mujer independiente y tengo mi criterio. Llevo las riendas de mi vida. Siempre.

—¿Cómo evalúa su gestión durante este último año?

—No le pongo nota. Creo que hemos vivido el momento más duro de la democracia y que hemos hecho lo que hemos podido. Siempre piensas que se podría haber hecho más… Pero cuando repaso la lista de cosas, creo que se ha realizado una gestión mucho mejor de lo que los ciudadanos pueden ver porque las campañas en contra han sido insólitas. Insisto: abrir un hospital público nunca puede ser una mala noticia y sin embargo llevamos dos meses defendiéndolo.

—Los sanitarios han sido muy críticos con este hospital.

—No estoy de acuerdo. Ha habido sindicatos médicos que lo han sido, pero yo destaco una campaña como no había habido contra ningún hospital. El Zendal es fruto de IFEMA, que fue un gran hospital con unas grandes instalaciones y mucha ventilación. Los pacientes podían andar e incluso salir al aire libre. Curamos a más de 4.000 personas y hubo apenas 15 contagios entre el personal sanitario.

—Una de las críticas es que no dispone de quirófanos.

—Ahora mismo no hacen falta para la pandemia. Con el tiempo, como tiene módulos distintos, si uno se destina a catástrofes, a atentados, llevará quirófanos.

Su nombre, como el coronavirus, ha traspasado fronteras. La revista francesa Madame Figaro la llamó “La mujer que libera Castilla” y alabó su capacidad para encontrar el equilibrio entre la lucha contra la pandemia y salvar la economía. El diario alemán Die Welt habló de “El milagro de Madrid: cómo disminuyen las infecciones a pesar del intenso nivel de vida”. La revista alemana Stern fue más crítica. La apodó “La Trump española” y la acusó de manipular las estadísticas oficiales. Aquí, una malograda foto en la portada de El Mundo, donde Ayuso aparecía doliente, de negro y con las manos en cruz sobre el pecho, casi consigue que explote Internet. “Calla, calla...”, musita su jefe de Prensa, que la acompaña durante la sesión de fotos. No es el único. Miguel Ángel Rodríguez, su jefe de Gabinete y todopoderoso hombre en la sombra —muchos lo señalan como artífice del fenómeno Ayuso y su política de confrontación contra el gobierno— se incorpora a la sesión. Nos informan de su llegada cinco minutos antes.

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