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2 de junio de 2020

TODO LO QUE SIEMPRE QUISO SABER SOBRE LAS TIARAS... Y NUNCA SE ATREVIÓ A PREGUNTAR

(Extracto)
¿Cuál es la diferencia con una diadema? ¿Cómo conservarla? ¿Dónde no debería ponérsela? Los expertos resuelven todas sus dudas sobre la joya más royal y deseada.
POR PALOMA SIMÓN - Vanity Fair
La duquesa de York durante una visita a en Canadá en 1987.
En un gesto de audacia sin precedentes la reina de las Dos Sicilias solía ponerse la tiara cosida a un sombrero, como podemos comprobar en el retrato que le hizo Vicente López Portaña y que puede visitar en la Academia de las Bellas Artes de San Fernando (Madrid). La de María Cristina de Borbón-Dos Sicilias es solo una muestra de la fascinación que ejerce esta joya ligada a la realeza y la alta aristocracia que apasiona por igual a nobles y ricas plebeyas como Paris Hilton.
Ni la más humilde de las princesas europeas –Irene de Grecia– ha sido capaz de sustraerse al influjo de la tiara, y guarda cuidadosamente la suya, la de los Círculos de Diamantes, en su estuche de la Casa de Garrard de Londres. Y cuentan que uno de los muchos actos de independencia de la princesa Margarita de Inglaterra consistió precisamente en adquirir en 1959 y en subasta su propia tiara –en este artículo no usaremos el sinónimo diadema, puesto que NO es lo mismo–: la de lady Poltimore, realizada en 1870 por la Casa Garrard de Londres.
Pero empecemos por el principio: ¿qué es una tiara? Los expertos responden.
"La tiara es una evolución de la corona que se diferencia de ésta por la forma –no es del todo redonda, y se coloca de forma oblicua–, dice Gema Corral Cordonié, experta en joyas antiguas de Ansorena, que prosigue: "Hay dos tipos: la cilíndrica, que usaban princesas y emperadores. Y la papal". Corral Cordonié advierte que la diadema, que se coloca de forma paralela a la cara y en vertical, no tiene nada que ver con la tiara, una alhaja que lleva un motivo frontal más elevado que estiliza la figura. 
"La diadema es un pequeño adorno para el peinado que no busca este efecto en absoluto", advierte. Su colega Dalia Padilla de Christie's corrobora este extremo: "Efectivamente, ambos términos se confunden entre sí y se usan de forma indistinta, pero hay ligeras diferencias entre ambos. La tiara es un término más genérico pero, aunque abarca diferentes estilos, se refiere a una joya importante de inspiración griega y formato rígido para colocar en la cabeza. La diadema alude a cualquier adorno o aderezo femenino en forma de aro abierto que sujeta el pelo hacia atrás, y que no tiene por qué ser rígido".
Una vez zanjado el asunto de qué es –y, sobre todo, qué no es– una tiara, pasemos a otra cuestión fundamental, en especial si tiene la fortuna de atesorar una de estas alhajas: ¿cómo determinar su época de procedencia? ¿Existen unos rasgos concretos que nos ayuden a saber si es de finales del XIX o de mediados del XVIII, por ejemplo? "Como norma general, la tiara corresponderá al estilo o estilos predominantes en cada época, siendo determinantes para fecharla los materiales en los que está realizada y las gemas, entre otras características", apunta Ernesto Gutiérrez, director de la joyería Bárcena. Un ejemplo: si la tiara está realizada en platino, u oro y platino, su antigüedad no iría más allá de finales del siglo XIX. "Y diría casi con seguridad que pertenece a primer tercio del siglo XX", añade el experto. 
"En el siglo XVIII las tiaras se convirtieron en un aderezo muy popular y a la moda. Las de mediados del siglo XVIII se realizaban en oro amarillo y vistas en plata. Los diamantes eran de talla antigua y old mine y, en caso de llevar piedra de color, éstas eran vidrios y piedras duras como ágatas, jaspe o jade. También se utilizaban los esmaltes y las gemas orgánicas –coral y turquesas–, especialmente en Francia e Italia", comenta Gemma Corral Cordonié de Ansorena. 
Una corriente que impulsó por cierto Louis Cartier, pionero en el uso del platino por su resistencia y su flexibilidad. "Cartier se inspiró en el movimiento Art Nouveau para crear joyas fluidas y configuraciones diminutas, casi invisibles, que dejaban que la luz jugara entre las facetas de cada piedra", comenta Dalia Padilla.

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