La familia real británica está de celebración y no es
para menos: Felipe de Edimburgo, el marido de Isabel II, cumple 99 años.
Repasamos su difícil infancia, su historia de amor y los momentos más icónicos
de su vida.
POR PAULA PEÑA – Vanity Fair
Un bebé escondido en una
caja de frutas
Hijo de Andrés de Grecia y Alicia de Battenberg y nacido
en la isla griega de Corfú en 1921, Felipe de Edimburgo tuvo que huir de su
país natal metido en una caja de frutas que hacía de cuna cuando tan solo era
un bebé. Se convirtió en un refugiado de guerra gracias a que su madre y él
fueron rescatados por un buque de la armada británica y terminaron
trasladándose hasta París para vivir allí durante algunos años. Despojados de
la nacionalidad griega por su propio país, obtuvieron más tarde la danesa, pero
la vida de Felipe estuvo marcada por la pobreza, a menudo ayudado
económicamente por algunos de sus tíos aristócratas. Las hermanas de Felipe
(tenía cuatro) consiguieron casarse con príncipes alemanes y se codeaban con
los grandes líderes del nazismo, incluido Hitler. Durante un tiempo, Felipe
estuvo viviendo en Alemania y estudiando en la severa escuela Salem, que
preparaba a futuros dirigentes alemanes.
El internado más duro de
Escocia
Cuando cumplió los 12 años de edad, ingresó en el
exigente internado de Gordonstoun, en Escocia, a petición de sus hermanas. El
centro marcaría su infancia por las duchas de agua fría al amanecer y el
extenuante ejercicio físico al que estuvo sometido durante sus años en el
centro, además de la ausencia de visitas de sus familiares. Fue tal la mella
que dejó el internado en su vida, que cuando su primer hijo, el príncipe
Carlos, alcanzó su edad, lo obligó a asistir a estudiar allí en contra de su
voluntad para convertirlo en ‘un hombre’.
Un joven de la marina
Cuando dejó la escuela de Gordonstoun, se unió a la Real
Marina Británica. Entonces tenía 18 años y ese mismo año conoció a una joven
princesa Isabel, que rondaba los 13. Las princesas Isabel y Margarita visitaron
la academia naval de Dartmouth, a la que llegaron gracias al yate Victoria and
Albert, y estuvieron entretenidas por el mismísimo Felipe. La idea había sido
del tío de Felipe –que era amigo del rey Jorge VI–, con la intención de acercar
a su sobrino a la alta sociedad y darle un futuro mejor. Y parece que funcionó,
pues aunque cinco años antes habían coincidido en la boda de los duques de
Kent, no fue hasta entonces cuando Isabel II quedó prendada del joven mayor que
ella. El entonces príncipe de Grecia y Dinamarca se despidió de la princesa
persiguiendo el yate en un bote de remos, hasta que los prismáticos de Isabel
no alcanzaron a verle más.
Una boda de posguerra y
luna de miel 'en casa'
Ocho años y muchas cartas después de ese primer flechazo,
Felipe e Isabel se daban el ‘sí, quiero’ (en 1947), en plena posguerra en la
abadía de Westminster. Son primos terceros por parte de la reina Victoria, pero
eso no impidió que se enamoraran. A pesar de que Felipe formaba parte de la
Guardia Real, pudo ver a Isabel en varias ocasiones, puesto que solía
hospedarse con la familia real y su tío lord Mountbatten, cuando tenía
vacaciones, en el castillo de Windsor –el mismo lugar en el que Isabel se
refugió durante gran parte de la II Guerra Mundial y está ahora mismo, durante
la pandemia de coronavirus–. El enlace transcurrió ante más de 2.000 invitados
con cientos de nobles y hasta 10 monarcas de todo el mundo; además de una cifra
de espectadores televisivos mundiales que superó los 200 millones, gracias a la
BBC. La austeridad de la guerra los obligó a pasar su luna de miel sin salir de
Reino Unido, con Sandringham como uno de los destinos principales, hasta donde
se desplazaron en compañía de uno de los amados corgis de Isabel.
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