21 de diciembre de 2018

LA OPINIÓN DE: Harold Alvarado Tenorio


Harold Alvarado Tenorio
Uno de los más celebrados personajes de El satiricón de Petronio es Cayo Pompeyo Trimalción, dueño de un latifundio entre el Lacio y Sicilia, inmenso como las plantaciones de caña del Valle del Cauca; extravagante, obeso, voluble y con halitosis, suele brindar a la decaída sociedad romana aparatosas fiestas y cenas donde sus numerosos criados sirven exóticos manjares con aves cocidas al interior de un cerdo, o dentro de falsos óvulos, en platos con signos del zodíaco. Son cenas de gran teatralidad en las que desde la cocina surgen hombres con un enorme jabalí, mientras Trimalción increpa al cocinero por no haberlo asado ni limpiado adecuadamente y al momento de proceder a castigarlo, este abre el animal en canal y entonces, entre los aplausos de la concurrencia, salta de su interior gran cantidad de embutidos que arruinan la Stola y la Palla de los famosos trajes de Fortunata, su mujer, que acaba de abandonar a su primer marido.
Hace algo más de 30 años, 10 antes de la creación por el ilegítimo Ernesto Samper del Ministerio de Cultura de Colombia, el novelista Rafael Sánchez Ferlosio publicó en un diario de Madrid un artículo en el que decía: “El gobierno socialista de Felipe González cuando oía la palabra cultura extendía un cheque en blanco al portador”. Hacía referencia al rumbo que había tomado el Ministerio de Cultura de Javier Solana como un instrumento de los socialistas para doblegar las voluntades de cientos de artistas y escritores y ponerlas al servicio de sus políticas, como sucedió cuando España entró en la OTAN, institución más que detestada por los intelectuales izquierdistas. La mermelada socialista llegó entonces a colmos como invitar a numerosos pintores y escritores a participar en una exposición de abanicos de gran tamaño que debían intervenir con “libertad absoluta para pintarlos, romperlos, jugar o lo que se les ocurra”, a razón de 10.000 duros por barba, suma que hizo colaborar a los desobedientes Juan Benet, Camilo José Cela, Antonio Gala, García Hortelano, Gil de Biedma, Ángel González, Molina Foix, José Luis Sampedro, Fernando Savater, José-Miguel Ullán, Paco Umbral, Manuel Vázquez Montalbán, Sánchez Dragó y el cura Jesús Aguirre.
Se trataba de comprarlo todo y a todos y así crear una red de clientelismo y colaboracionismo que no habían conocido los ministerios de Hitler o Stalin. Felipe González transformó a los intelectuales españoles en voceros silenciosos de sus deseos y en estatuas de sal, recibiéndoles a menudo en La Bodeguilla de La Moncloa, donde todos atentamente departían y escuchaban al mandarín socialista. Félix de Azúa los llamaría “cultura social-emergente”. Una suerte de batahola etílica en la que se hablaba y discutía sobre lo lúdico, lo mítico, lo telúrico, lo vernáculo, lo carismático, lo ritual, lo ancestral, lo ceremonial, lo sacrificial y lo funerario... En diciembre de 1983 el gobierno informó que “había otorgado 46 auxilios a la creación literaria a 500.000 pesetas por talento”.
Doris Inés Salcedo Gutiérrez es una señora bogotana de 60 años de edad que ha hecho de la producción de eventos públicos como metáforas del sufrimiento colectivo, la fuente de sus ganancias y el cuarto de hora de su prestigio. De acuerdo con un comunicado de la Universidad Nacional colombiana, mediante “el arte, ha plasmado una crítica a la violencia política en Colombia y, con sus palabras de agradecimiento, manifestó que su obra está dedicada a las víctimas de la violencia en el país”. Sin embargo, ni ella, ni sus críticos, han aclarado que Salcedo Gutiérrez solo se dedica a las víctimas de la violencia ejecutada por la derecha y el paramilitarismo, nunca a las de la izquierda y menos a las víctimas de las guerrillas de las FARC. La señora no ha hecho un evento para condenar la bomba del Club El Nogal, o las numerosas masacres de las FARC en poblaciones, o los miles de secuestros y asesinatos de secuestrados, o las violaciones a niñas y niños reclutados a la fuerza por esa pandilla de asesinos, o los agraviados civiles y militares por las minas, etc., etc., así sea cierto que en 2007 iluminó con cientos de veladoras la Plaza de Bolívar en “honor” a los 11 diputados del departamento del Valle raptados y luego asesinados por las FARC, pero “por culpa de una operación de rescate” del Ejército, que nunca existió. El odio de la artífice hacia las Fuerzas Armadas es apenas comparable al que profesa al ex presidente Uribe Vélez. Con el agravante de que sus “metáforas” son un camelo, debido a que tienen que ser reveladas y visualizadas por ella misma o alguno de sus corifeos, porque sin explicar al espectador de qué trata el evento, nadie entendería qué significa una inmensa grieta, o unas sillas colgando de un edificio, o una manta hecha de aparentes hojas de rosa, o una colcha de retazos de fragmentos de telas cocidos por unos voluntarios, porque lo metafórico es el traslado de significado entre dos términos, la asociación entre mundos que comparten analogía de significado supliendo el uno por el otro en la misma estructura. Sin metáfora, lo único se torna vario.

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