24 de diciembre de 2018

¿Por qué escribir poesía en el siglo XX?


La pregunta por el sentido de un género literario nunca proviene de quienes lo cultivan, sino de quienes lo observan.
Escrito por: Luis Benítez.- Fuente: Letralia
No por repetida siglo tras siglo —con toda probabilidad— la pregunta deja de ser atinente.
Las respuestas han sido muchas, porque la poesía es el género literario más antiguo de todos, el primero, el que dio origen a todos los demás. El registro más añejo de la escritura se conserva en el Museo Británico y es un libro de poesía: el Cantar de Gilgamesh, datado para algunos en 4.000 años.
Cincuenta y tres tabletas de arcilla o, mejor dicho, fragmentos de ellas, cubiertos de escritura cuneiforme, del tiempo en que se ponían los cimientos de las pirámides y los europeos cazaban jabalíes en lo que hoy es la Place de la Concorde.
La poesía ya existía desde antes de ese evocado registro escrito, seguramente, y se trasmitía y era consecuentemente deformada por tradición oral, como siglos después del anónimo autor de Gilgamesh todavía se haría en Grecia.
Una teoría sobre su origen dice que devino de los cánticos religiosos, con lo que tendría entonces un doble origen: uno musical, que arrastraría a formar palabras que acompañaran la melodía, para expresar lo que sentía el que cantaba, y otro puramente verbal, el que prefieren otros, quienes identifican el punto de partida de la poesía con ese hipotético pero suponible momento en que aquello que se hizo para ser cantado comenzó a ser repetido sin acompañamiento musical alguno.
Se puede imaginar que la poesía se originó en ambos momentos, sin mayor contradicción: ya era poesía cuando se acompañaba la modulación de esas palabras con sistros o flautas dobles, y se consolidó como tal cuando fue posible declamarla con o sin instrumentos.
Plástica y adaptable como es, capaz de diversificarse en múltiples géneros y subgéneros, debe de haber perdurado su forma cantada junto a la recitada, incluso después de haber adoptado otra forma de expresión, que ya fue la escrita.
Entonces servía para lo que sirven todas las fórmulas religiosas, para conjurar el miedo del hombre a cuanto lo rodea. Tendría las mismas propiedades que una fórmula mágica; esto es, modificar la realidad para quienes creen en ella, modificar el estado de ánimo de quien la lee o recita, para nosotros, los contemporáneos.

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