Por Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz
La realidad no supera la ficción. Para
muestra: las primeras detectives; estas investigadoras tuvieron su primer
trabajo en la ficción antes que en la vida real.
Los relatos de mujeres investigadoras
aparecieron a principios de 1860 en Inglaterra, en una sociedad británica que,
en lo económico, experimentaba un progreso tecnológico y científico constante
que la convirtió en referente mundial para el resto de Europa y, en lo social,
mostraba una doble moral: una fachada sobria y conservadora en público y, en
privado, una sexualidad promiscua y alocada donde la mujer era infravalorada y
casi responsable de todos los males de la sociedad.
Por eso habría que esperar a 1918 para que la
policía londinense contratara a la primera agente y a 1973 para contratar a la
primera detective. Es verdad que en 1833 empezaron a participar en el cuerpo
policial, pero sólo hacían tareas poco cualificadas, como registrar a las
prisioneras.
Más adelante ampliaron sus funciones a
celadora de prisiones, asesora legal y tareas relacionadas con la violencia
conyugal, pero los homicidios y los robos eran materia de hombres.
Esas mujeres detective comenzaban a
protagonizar la novela de género con más éxito del siglo XIX.
Eran personajes que rompieron los roles
establecidos y tiraron por tierra los principios de aquella sociedad. Sus
actuaciones se convirtieron en un emblema literario, en una herramienta de
empoderamiento para la nueva mujer que estaba despertando y quería moverse
libremente por las calles y convertirse en dueña de su futuro.
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