El Cañero

26 de julio de 2018

La mujer detective en la literatura


Por Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz
La realidad no supera la ficción. Para muestra: las primeras detectives; estas investigadoras tuvieron su primer trabajo en la ficción antes que en la vida real.
Los relatos de mujeres investigadoras aparecieron a principios de 1860 en Inglaterra, en una sociedad británica que, en lo económico, experimentaba un progreso tecnológico y científico constante que la convirtió en referente mundial para el resto de Europa y, en lo social, mostraba una doble moral: una fachada sobria y conservadora en público y, en privado, una sexualidad promiscua y alocada donde la mujer era infravalorada y casi responsable de todos los males de la sociedad.
Por eso habría que esperar a 1918 para que la policía londinense contratara a la primera agente y a 1973 para contratar a la primera detective. Es verdad que en 1833 empezaron a participar en el cuerpo policial, pero sólo hacían tareas poco cualificadas, como registrar a las prisioneras.
Más adelante ampliaron sus funciones a celadora de prisiones, asesora legal y tareas relacionadas con la violencia conyugal, pero los homicidios y los robos eran materia de hombres.
Esas mujeres detective comenzaban a protagonizar la novela de género con más éxito del siglo XIX.
Eran personajes que rompieron los roles establecidos y tiraron por tierra los principios de aquella sociedad. Sus actuaciones se convirtieron en un emblema literario, en una herramienta de empoderamiento para la nueva mujer que estaba despertando y quería moverse libremente por las calles y convertirse en dueña de su futuro.

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