Rafael
Torres
El típico dominicano renegado a la semana de vivir en
Puerto Rico adopta el acento boricua al hablar.
Jura que no vuelve jamás a este maldito país y su
sueño es obtener la ciudadanía norteamericana. Se casa y sus hijos nacen allá,
se van a vivir a Nueva York u otra ciudad y siente orgullo de sus hijos
norteamericanos que a los 7 años de edad no saben hablar español.
Pero ese dominicano que abandonó su país, a los 20
años de vivir allá, machaca un inglés que da pena y el español que no aprendió
nunca bien está peor.
Se siente más yanqui que Donald Trump y sus hijos no
entienden el "ingles" que él habla.
Ese norteamericano nacido en esta media isla ni conoce
su historia, ni la de los Estados Unidos. No habla correctamente ninguno de los
dos idiomas, así como tampoco conoce el país en que nació, no conoce ni un
carajo de la gran nación que cree la suya.
Sus amigos de aquí le recuerdan y con frecuencia
preguntan qué será de él, allá sus amigos son pocos, si es que los tiene. Sus nuevos
"compatriotas”, sean blancos, negros o amarillos lo ignoran, como es allí;
nadie se conoce, todos se ignoran, nadie tiene tiempo siquiera para un saludo o
una atención a un vecino.
Ese es el estilo de nuestro protagonista y ha
asimilado ya esa forma de vida. De la casa al trabajo y del trabajo a la casa.
No importa, es feliz, vive en los Estados Unidos y es
ciudadano de esa gran nación que lo acogió y lo hizo gente.
Tuvo la desdicha de nacer en este jodío país del que
no quiere saber ni en pintura y que le importa un carajo su suerte.
¿A qué diablos van 6 millones de turistas a ese país
de mierda habiendo tantas cosas mejores aquí?
Juró hace 30 años que no volvería jamás a la tierra en
que nació y cumplirá su promesa.
Pidió que cuando muera su cuerpo sea incinerado y sus
cenizas sean esparcidas en el río Hudson…
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