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2 de marzo de 2019

La muerte del nieto de Lula desata los monstruos del odio


Quienes se alegran, ven en la muerte de Arthur, de siete años, un castigo de Dios al expresidente. Un comportamiento que solo revela hasta qué punto pueden llegar la ceguera y la insensibilidad humana
JUAN ARIAS
Sabíamos que en Brasil, mayoritariamente solidario, sensible al dolor ajeno y que ama a sus pequeños, existían monstruos de odio. Confieso, sin embargo, que ignoraba que fueran tantos y con tanta carga de sadismo. Lo demuestran los comentarios sórdidos y hasta blasfemos que invocan a Dios con motivo de la muerte de Arthur, de siete años, nieto inocente de Lula, condenado y encarcelado por corrupción.
Un niño aún no tiene tiempo de conocer hasta qué abismos de ceguera puede conducir la política como ideología. Y cae sobre nuestras conciencias de adultos la infamia de convertir en bromas baratas, ironía y sarcasmo en las redes sociales el dolor de un abuelo por la pérdida de su nieto. Lula, aún condenado y en la cárcel, no ha perdido ni su dignidad como persona ni el pedazo de historia positiva que dejó escrita en este país.
Quienes llegan a alegrarse de la pérdida del nieto de Lula como un castigo de Dios por haber apoyado como presidente a Gobiernos como el de Venezuela —que hoy mata de hambre a sus niños, como he leído en este diario— están revelando hasta qué pozo de ceguera y de insensibilidad humana puede llegar el soberbio Homo sapiens.
Esa ausencia de empatía y de decoro ha contagiado a políticos con grandes responsabilidades como el hijo del presidente Bolsonaro, el diputado federal Eduardo, que todo lo que supo escribir en la red sobre la triste muerte del nieto de Lula es que el expresidente debía estar “en una cárcel común, como un preso común”. Lo escribió sin una sola palabra de piedad o, por lo menos, de respeto por su enemigo político. Le respondió Fernando Lula Negrao, quien apuntó que las palabras del hijo del presidente eran propias "de la falta de misericordia, de los odios, de las angustias y de la falta de amor que es típica de los psicópatas, de los asesinos seriales y de los cobardes…”. Un juicio duro que millones de brasileños que no han perdido la capacidad de solidarizarse con el dolor ajeno aplauden.
También Alexandre Braga, seguramente otro de los millones de brasileños sanos, no envenenados por la ideología, le respondió con sensatez: “[Eduardo Bolsonaro] perdió la oportunidad de callarse. Lula ya está acabado y preso. Respete el dolor del abuelo. Basta de ese odio malvado y vamos a pensar en Brasil”.
Intenté recordar tiempos oscuros de la historia en los que el ser humano llegó a degradarse hasta el punto de no solo no respetar la inocencia de la infancia, sino de hacer de ella carne de infamia. Solo me vinieron a la memoria aquellos campos de concentración nazi donde los niños eran quemados vivos porque “no servían para trabajar”. Fue en uno de aquellos campos donde uno de los responsables dedicaba la poca agua que había a regar las flores de su jardín, dejando morir de sed a los niños.

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