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4 de marzo de 2019

Y El Tabaco se hizo habanero


Redacción Caribbean News Digital
Por: Jorge Méndez Rodríguez – Arencibia Presidente ejecutivo. Cátedra Cubana de Gastronomía y Turismo
Fabrica de Tabacos en Cuba
A todas luces, los avatares son caminos obligados que por lo general conducen a la universalidad. Así ocurrió con los Habanos. Ironía del destino será siempre lo que presumiblemente aconteció a Rodrigo de Xerés, quien junto a Luis de Torres —ambos marinos que viajaron con Cristóbal Colón en 1492— es considerado el primer europeo que vio a los aborígenes indocubanos fumar las hojas de la Nicotiana tabacum
Al regresar a la madre patria, Rodrigo cargó con una buena cantidad de hojas, y con inevitable esnobismo se puso a fumar públicamente. Esto provocó escándalos en quienes lo vieron, por lo que fue denunciado al Santo Oficio (Inquisición) y puesto en prisión durante seis años, porque “solo Satanás puede conferir al hombre la facultad de expulsar humo por la boca”. Sin embargo, al ser puesto en libertad, ya se había extendido entre los aristócratas, el clero y buena parte de Europa la costumbre de fumar.
Procedentes de España, a mediados del siglo XVII los canarios, los andaluces y los gallegos devinieron primeros agricultores dedicados a las vegas; nombre dado a este cultivo porque solía ubicarse a orilla de los ríos o cerca de ellos. Entre las tres primeras vegas de las que se tiene noticia desde 1641, una se encontraba en las márgenes del habanero río Almendares, y las otras estaban aledañas a los ríos Arimao y Caracusey, en la región central de Cuba.
A pesar de lo criticado que fuera el tabaco en el Viejo Mundo, las primeras fábricas surgieron en 1676 en España, seguida por otros países europeos. En 1717, el monarca Felipe V puso en vigor la ley que dio lugar al estanco del tabaco, estableciendo que las producciones cubanas solo podían ser adquiridas por la Corona española. Tal restricción provocó fuertes reacciones de los vegueros cubanos, que además de desobedecer las ordenanzas de la metrópoli hispana, realizaron varias sublevaciones en las localidades habaneras de Jesús del Monte, Santiago de las Vegas y Bejucal, entre otras.
En 1731 comienza a funcionar la Real Factoría de Sevilla, Andalucía, sostenida bajo estricta monopolización, aunque en 1739 se conceden ciertas facultades operacionales a la Real Compañía de Comercio de La Habana, que tuvo como principal accionista al Gobernador General de la Isla, Güemes de Horcasitas.
Luego de un efímero período de libertades para la comercialización —durante la toma de La Habana por los ingleses en 1762—,  el rey Fernando VII pone fin al abusivo estanco en 1817. Sin embargo, la producción de los puros en la metrópoli, con las hojas procedentes de Cuba, llega hasta el año 1830, principalmente en las cigarrerías sevillanas. Vinculado a este oficio, por cierto, se enmarca el personaje de Carmen, protagonista de la ópera homónima de Georges Bizet. Gitana, de carácter bravío, queda inmortalizada, además, por la magistral pieza identificada como “la habanera de Carmen”,  L´amour est un oiseau rebelle, que en español significa “El amor es un pájaro rebelde”.
Ya desde principios del siglo XVIII existían en Cuba refinadas producciones derivadas del tabaco, como el rapé, polvo para inhalar que se obtiene de moler las hojas desecadas de dicha planta solanácea. Por otra parte, “la industria tabacalera cubana llegó, allá por 1840, a los inicios del sistema fabril, caracterizado por el mayor número de obreros asalariados y el tamaño del taller. Hubo una época transitoria entre el artesanado y la industria moderna que abarcó los treinta o cuarenta años que siguieron a la fundación de las primeras fábricas. (…) En 1859 había en La Habana unos 1,295 talleres de tabaquería y 38 cigarrerías, donde se empleaban más de 15,000 obreros” (2). También existieron numerosos chinchales —probablemente llamados así debido a la presencia de insectos—, a modo de pequeños talleres familiares en los cuales eran procesadas y torcidas las hojas del tabaco.
Una resumida cronología permite apreciar el surgimiento progresivo de las fábricas de tabaco, insertadas definitivamente en el devenir económico, social y cultural de la Isla Grande del Caribe: Hija de Cabañas y Carbajal (1819); Por Larrañaga (1834); Punch (1840); H. Upmann (1844); Flor de Tabacos de Partagás, La Corona y Ramón Allones (1845); Sancho Panza (1850); Hoyo de Monterrey (1865); y Romeo y Julieta (1875) (3).

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