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14 de marzo de 2019

Las caras de Concepción Arenal


Categoría (El libro y la lectura, El mundo del libro, General)
Por Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz 
Todas las cosas son imposibles mientras lo parecen. Esta máxima representa muy bien el carácter de Concepción Arenal y por eso no podía faltar en la película La visitadora de cárceles (2012), que recrea la labor realizada por esta escritora y abogada en un presidio femenino durante 1864. El ambiente desolador que se respiraba por la falta de humanidad de los carceleros y las terribles y humillantes condiciones de las reclusas —mujeres analfabetas cuya vida transcurría sin sentido— podía haberla desanimado en su empeño, pero su amor por la verdad, la justicia y la fraternidad lo impidieron. Probablemente estos fueron los valores por los que, en 1860, la Academia de Ciencias Morales y Políticas le concedió un premio a su obra La Beneficencia, la Filantropía, la Caridad y también los que la hicieron merecedora de ese puesto de Visitadora oficial otorgado por el ministro de Gobernación, a instancias de la reina Isabel
 II.
La actriz Blanca Portillo, espléndida en ese papel, representa a una Arenal llena de amor hacia los que sufren y de determinación en su empeño de lograr lo que es justo. Ese amor se erigirá en su guía de vida en cuanto a la forma de entender el mundo en general.
Mujer luchadora y reformista
Comprometida con la sociedad en la que nació y enraizada en el tiempo histórico que le tocó vivir, poseía la personalidad de una reformadora nata y se veía empujada a mantener en todo momento una voz crítica. Por eso sufrió mucho cuando la destituyeron por intentar mejorar la vida de las mujeres encarceladas: Era yo una rueda que no engranaba con ninguna otra de la maquinaria penitenciaria y debía suprimirse.
Aunque muchas veces sentía que clamaba en el desierto, su gran inteligencia y su inquebrantable moral la empujaban a luchar por una convivencia social en paz. Para eso mantenía la postura de que había que legislar para el pueblo y no al margen de él. Una ley, cuando es obra de un jurisconsulto ilustrado o de unos pocos, puede ser justa y estar bien formulada; pero será letra muerta si no se ha engendrado en las entrañas de la sociedad. El pueblo por su naturaleza social tiende a relacionarse, por eso necesita leyes y el debido respeto hacia ellas.
Ante la carencia de una regla común entre todos los países, aspiraba a crear una ley internacional penal, conjugada con una cooperación judicial entre los distintos países en la lucha contra el crimen. Afirmaba: La ley internacional, difícil de establecer porque tiene que ser voluntariamente aceptada por las colectividades soberanas, es fácil de hacer cumplir una vez que se proclama, por ser moralmente necesario que quien la admita la cumpla; para ser obedecida no necesita ejércitos; su fuerza no está en la bayoneta, sino en la conciencia humana. En aquella época, Concepción Arenal abogaba por un Tribunal Internacional.
Nacida en Ferrol, en 1820, tuvo una madre noble y un padre militar del cual aprendió a pensar. Su herencia ideológica paterna era la de un ferviente liberal que luchó hasta la muerte —pues murió enfermo y solo en una cárcel— contra el absolutismo de Fernando VII. Después de esto, la familia abandonó Ferrol y se trasladó a Cantabria. Allí se instaló en Armaño, una aldea pequeña en el valle de Liébana que la marcaría durante su adolescencia y a la que volvería muy a menudo huyendo de un Madrid que la asfixiaba, porque Concepción Arenal vivió en una España débil, en cuanto a su industrialización, y muy conservadora. Y no digamos en lo referente al tema de la mujer; la escasa fuerza de la ilustración creó un marco sociopolítico en el que era casi impensable una polémica real sobre cuestiones feministas y mucho menos la creación de grupos organizados que plantearan reformas.

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