Categoría (El libro y la lectura, El mundo del libro,
General)
Por Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz
Todas las cosas son imposibles mientras lo parecen. Esta
máxima representa muy bien el carácter de Concepción Arenal y por eso no podía
faltar en la película La visitadora de cárceles (2012), que recrea la labor
realizada por esta escritora y abogada en un presidio femenino durante 1864. El
ambiente desolador que se respiraba por la falta de humanidad de los carceleros
y las terribles y humillantes condiciones de las reclusas —mujeres analfabetas
cuya vida transcurría sin sentido— podía haberla desanimado en su empeño, pero
su amor por la verdad, la justicia y la fraternidad lo impidieron.
Probablemente estos fueron los valores por los que, en 1860, la Academia de
Ciencias Morales y Políticas le concedió un premio a su obra La Beneficencia,
la Filantropía, la Caridad y también los que la hicieron merecedora de ese
puesto de Visitadora oficial otorgado por el ministro de Gobernación, a
instancias de la reina Isabel
II.
La actriz Blanca Portillo, espléndida en ese papel,
representa a una Arenal llena de amor hacia los que sufren y de determinación
en su empeño de lograr lo que es justo. Ese amor se erigirá en su guía de vida
en cuanto a la forma de entender el mundo en general.
Mujer luchadora y
reformista
Comprometida con la sociedad en la que nació y enraizada
en el tiempo histórico que le tocó vivir, poseía la personalidad de una
reformadora nata y se veía empujada a mantener en todo momento una voz crítica.
Por eso sufrió mucho cuando la destituyeron por intentar mejorar la vida de las
mujeres encarceladas: Era yo una rueda que no engranaba con ninguna otra de la
maquinaria penitenciaria y debía suprimirse.
Aunque muchas veces sentía que clamaba en el desierto, su
gran inteligencia y su inquebrantable moral la empujaban a luchar por una
convivencia social en paz. Para eso mantenía la postura de que había que
legislar para el pueblo y no al margen de él. Una ley, cuando es obra de un
jurisconsulto ilustrado o de unos pocos, puede ser justa y estar bien
formulada; pero será letra muerta si no se ha engendrado en las entrañas de la
sociedad. El pueblo por su naturaleza social tiende a relacionarse, por eso
necesita leyes y el debido respeto hacia ellas.
Ante la carencia de una regla común entre todos los
países, aspiraba a crear una ley internacional penal, conjugada con una
cooperación judicial entre los distintos países en la lucha contra el crimen.
Afirmaba: La ley internacional, difícil de establecer porque tiene que ser
voluntariamente aceptada por las colectividades soberanas, es fácil de hacer
cumplir una vez que se proclama, por ser moralmente necesario que quien la
admita la cumpla; para ser obedecida no necesita ejércitos; su fuerza no está
en la bayoneta, sino en la conciencia humana. En aquella época, Concepción
Arenal abogaba por un Tribunal Internacional.
Nacida en Ferrol, en 1820, tuvo una madre noble y un
padre militar del cual aprendió a pensar. Su herencia ideológica paterna era la
de un ferviente liberal que luchó hasta la muerte —pues murió enfermo y solo en
una cárcel— contra el absolutismo de Fernando VII. Después de esto, la familia
abandonó Ferrol y se trasladó a Cantabria. Allí se instaló en Armaño, una aldea
pequeña en el valle de Liébana que la marcaría durante su adolescencia y a la
que volvería muy a menudo huyendo de un Madrid que la asfixiaba, porque
Concepción Arenal vivió en una España débil, en cuanto a su industrialización,
y muy conservadora. Y no digamos en lo referente al tema de la mujer; la escasa
fuerza de la ilustración creó un marco sociopolítico en el que era casi
impensable una polémica real sobre cuestiones feministas y mucho menos la
creación de grupos organizados que plantearan reformas.
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