Rafael Torres
Por mi madre que sólo
quisiera escribir en estos días de esta fecha que es mi preferida de todo el
año.
Evocar los recuerdos
de mi niñez en aquel vecindario de mi Central, con mis padres vivos y mis
hermanos.
Los preparativos para
la cena en familia, los pasteles en hoja, el puerco asado, las teleras de don
Celio Pozo, el Platón de ensalada, las manzanas, uvas, peras, pasas, nueces,
avellanas y almendra, el turrón de Alicante, los dulces surtidos, el Anís
Confite, Ponche Crema de Oro y el Moscatel Caballo Blanco.
Y después los
coheticos chinos, buscapiés, garbanzos, torpedos, patas de gallina, y velas
romanas.
De todas esas cosas
que no faltaron en ninguna navidad en mi hogar. Si, que no faltaron nunca.
Muy a pesar de las
estrecheces de aquella época y que con el tiempo pienso en cómo se las
arreglaban mis padres para hacer eso y brindar alegría a sus seis hijos en esa
fecha.
Y cómo mi padre
celebraba junto a nosotros con esos fuegos artificiales y nos cuidaba de
posibles quemaduras o recibir algún daño. ¡Que padre carajo! Repito, por mi
madre que está en el cielo que en estos días no quisiera escribir más que de
esas añoranzas.
Pero ¡Ay! cuando
salgo a las calles de mi pueblo y me enfrento con el infierno de este tránsito
vehicular. Irrespeto a diestra y siniestra desde el motoconcho hasta la guagüita,
el autobús y la yipeta millonaria.
Insultos a dos manos,
maldiciones y miradas llenas de odio a izquierda y derecha. Y el colmo de los
colmos lo viví ayer cuando una pareja de policías uniformados, en una
motocicleta me rebasaron en un estrecho espacio por la derecha mientras
esperaba el cambio de luz en un semáforo.
¿Qué carajo está
pasando?
Mañana volveré a
escribir sobre las navidades...
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