El Cañero

16 de diciembre de 2016

De buzos y zafacones

RAFAEL PERALTA ROMERO
Dedicó sus años mejores a la enseñanza de la física en la Universidad y cuando fue jubilado  encontró en el balcón de su apartamento, en el tercer nivel,  una ocupación muy singular: observar  el movimiento de personas que iban y venían  en sus afanes por la vida, pero sobre todo de aquellos que se dedican a hurgar en depósitos de basura para recoger objetos de los que se pudiera sacar algún provecho.
Alfredo Maduro los clasifica de acuerdo al comportamiento que observe en ellos. Escruta desde su balcón a los que rebuscan en zafacones. Examina a distancia, se pregunta si son locos o  simplemente buzos. Esos buzos, suele decir, son colaboradores eficaces del aseo de la ciudad.  Cuántas botellas de cerveza  rodaran por nuestras calles  si esos hombres no se dedicaran a  esa labor, suele comentar.
 Desde entonces,  Maduro anota en una libreta lo que  ve en cada sujeto desde el día en que comenzó a prestar atención a   lo que ocurría frente a su vivienda. Unos llevan maletas de arrastre, otros sacos, carretillas, ninguno lleva guantes, sino que meten las manos peladas  en la basura y sacan cosas  que otros tiraron.
Para Maduro es cuestión inexorable que si consumen restos de alimentos encontrados entre la basura,  son enfermos mentales. Reafirmó esta convicción el día en que su nieto, de visita en casa, quedó alarmado  al ver  a  un hombre  comer algo encontrado en la basura.”Papá mira, papá,  ese hombre está comiendo del zafacón”, exclamó el pequeño y casi arranca lágrimas al abuelo.
Su esposa le había llamado Alfred desde los  dulces tiempos del noviazgo, florecidos de ilusiones y espontaneidad en el disfrute. El trato ha cambiado  a partir de la  nueva dedicación. Y  la mujer le dispara una advertencia, así como de sopetón: “Tú eres físico, Maduro, tú no eres periodista  y si quieres ser  sociólogo, creo que ya es tarde para ablandar habichuelas”.
Mientras tanto, Maduro se compra  unos binoculares para ver a distancia. Sigue observando lo que puede y preguntándose quién es loco y quién no, entre la tanta gente que  se mueve por el frente de su residencia y que se detiene  a buscar cosas en los cestos de basura.

 Observa a los demás y quizá no se percata de que su esposa  lo escudriña  a él, e incluso,  se pregunta sobre   si su marido  estará entrando en demencia senil. A ella le preocupa el interés mostrado por Maduro por cosas que parecen banales. “No puede ser normal, Dios que me perdone, lo que está haciendo mi marido, que con todo y sus refunfuños siempre fue un hombre muy organizado y muy cuerdo”. 

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