Verdaderos maestros del camuflaje, los pulpos alteran rápidamente su aspecto para confundirse con el entorno. ¿Cómo lo hacen?
A día de hoy conocemos más de 750 especies de
cefalópodos, pero no todos son iguales. Los pulpos, de los que se conocen unas
300 especies, a diferencia de las sepias, pueden cambiar de forma y de color
sobre la marcha. Es como si usaran la propia piel para crear imágenes tridimensionales
de los objetos que los rodean.
En los trópicos, los polos, los arrecifes de coral... los
pulpos se encuentran en muchos sitios, pero verlos no es nada sencillo. La
cripsis del pulpo, esto es, la adaptación de su organismo para pasar inadvertido
a los sentidos de animales, se basa en tres elementos principales: el cambio de
forma, de color y la modificación de la textura de su piel.
Cambio de color
Los pulpos generan color a través de un sistema de
pigmentos y reflectores. Los pigmentos (por lo general de tonos amarillos,
marrones y rojizos), están contenidos en miles de diminutos saquitos de su
epidermis. Cuando estos sacos están cerrados, parecen unas motitas. Para
mostrar un pigmento u otro, el pulpo contrae los músculos alrededor del saco
correspondiente, lo que hace que este se abra, dejando el color a la vista.
Según el conjunto de sacos que abra o que cierre,
producirá al instante distintos estampados: bandas, rayas o manchas.
Textura de la piel
Al contraer unos músculos especiales, la piel
habitualmente lisa del pulpo se torna rugosa. Este efecto puede llegar a ser
enorme. El pulpo alga, (Abdopus aculeatus), es capaz de generar unas delicadas
estructuras temporales que dan la impresión de que el animal es un trozo de
alga marina. El pulpo piloso, una criatura pendiente de descripción
científica, ha evolucionado hasta adoptar permanentemente un aspecto etéreo
que hace difícil distinguirlo de un fragmento de alga roja.
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