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10 de febrero de 2017

Extraña pedagogía

RAFAEL PERALTA ROMERO
Una mujer  sale  con suficiente anticipación  de su casa hacia  el trabajo. Prevé el caótico tránsito  de Santo Domingo y sabe  que debe dejar a su hijo en un colegio. Se cerciora de que el niño haya entrado al recinto y avanza hacia  la   oficina donde labora. Como aún no es hora de clases, el chico juega con otros niños.
Otro  día esa joven señora apuraba para agotar su rutina, pero  su pequeño automóvil  no respondió con similar premura. Llama al abuelo del niño para pedir un auxilio y el hombre acude de inmediato y carga con su nieto para el centro educativo, en un  barrio  elegante en el centro de la ciudad. El abuelo no tiene horario laboral, pero asume compromisos.
A las 7:51  de la mañana se detiene frente al gran portón del recinto escolar. Dentro, los niños cantan el Himno,  rezan y oyen  arengas. El abuelo permanece allí, estático como una efigie, porque presume que pasado el ceremonial  entrará  con su nieto para  presentar la excusa de la tardanza. La hora de entrada es 7:50.
Frente al portón esperan más personas, entre ellas un hombre vestido  como ejecutivo de ventas,  lleva  en una mano dos mochilas y en la otra, dos pequeñines. Mira insistentemente su reloj. También esperan  estudiantes adolescentes cuyos padres ya se habían ido confiados  de que quedarían  en su centro de estudios.
Al lado del portón se abre una pequeña puerta  metálica. Asoma una mujer con apariencia de maestra. Llama a una chica que permanecía recostada en el portón, le recibe algo, al parecer  para otro estudiante, y la despacha.   Se acerca  el caballero de porte  ejecutivo, intenta hablar con la adusta señora y pronto se va con sus niños.
Luego se aproxima el otro hombre con su nieto. Intenta presentar la excusa, pero no hay oídos del otro lado de la pared. ¿Entonces qué voy a hacer con este niño? – exclama angustiado. Con la puertita entrejunta, la autoridad  educativa no necesitó un segundo de reflexión para responder: “Usted es su padre, usted sabrá lo que haga con él”.
El hombre hubo de variar su plan inmediato y dirigirse a su hogar a dejar el niño a merced de la televisión. De los estudiantes adolescentes que se quedaron fuera no se sabe hacia dónde se dirigieron. El ejecutivo llevó  sus hijos  al trabajo hasta que otro familiar pudiera hacerle el favor de retirarlos. Su rendimiento no pudo ser el mejor.

No sé las razones pedagógicas que motivan  esta rígida disciplina, pero estoy seguro  que trastorna el proceso de aprendizaje del niño, trastorna la agenda familiar y trastorna las responsabilidades de padres y madres, e incluso de abuelos. ¿Se gana algo con dejar niños fuera del colegio por una tardanza? Creo que nada. Esa extraña pedagogía merece revisión. 

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