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7 de noviembre de 2015

VIVENCIAS EN OCOA: TRAVESURAS DE UNA LOCA ADOLESCENCIA

Por Henry Osvaldo Tejeda Báez
Esto que están leyendo, era solo un mensaje que quería enviarles a mis compueblanos sobre un viaje que tengo para Ocoa este fin de semana, y de repente me veo contando mis diabluras de adolescencia;¡Increíble! Este primer párrafo, lo escribí luego de haber terminado todo lo que ahora van a leer.
En el Teatro Rhand con mi grupo
Voy para el terruño, pobrecita la arepa de maíz verde o el majarete que se "topete" conmigo, creo que era justo ese viajecito al terruño, se lo agradezco a mi hija Henya que quiso que celebráramos mi cumpleaños número cuchumil allá.
Hace tiempo que los bancos del parque extrañan mi presencia y tan solo de pensar en ellos siento una gran nostalgia.
Ellos no hablan, pero sé que les hago falta; si esos bancos  hablaran, ya se habría dado en esa época la alarma de una gran epidemia de divorcios, y de hombres huyendo que tuvieron que coger las de Villa Diego por miedo a que sus esposas le hicieran lo que hizo Lorena Bobbitt cuando le cortó el "retazo del gusto" a su esposo.
Calle de Ocoa
También me extrañan todas esas parejas a las que logré que se casaran a serenatazos limpios. Si yo hubiera bautizado aunque fuera un solo hijo de cada uno de los que metí en amores y que luego se casaron, tuviera yo hoy como 700 ahijados. ¡Suuuu, santísimo!
Uds. no se imaginan la caterva de "empaliza", alambres de púas, regolas (En Sabana Larga), charcos, y, hasta charquitos (como Danilo Medina), para poder llegar a la casa de la amada de un tiesto de amigo que me solicitaba una serenata.
Un día le dije a uno: ¿Coño, pero tú no pudiste buscarte una novia más cerca del pueblo? Es que fuimos a dar casi cerca de La Sabana, más allá de guachupita (Magante Viejo).
Una noche me tocó dar una serenata en Tumbaca, un campito como a seis o siete kilómetros del pueblo,  yo era el "Picó" (Pick up) de todos esos "tumba tabiques" de Ocoa, pero lo hacía con gusto. Por suerte  por lo menos esa vez, el azaroso tenía un animal, él caminaba a pie, y yo en el burro.
Otras veces tuve que ir con Papito Zucco a Sabana Larga, primero nos "jarreábamos" un par de potes en el Bar Tres Rosas, y luego salíamos medio turulatos rumbo al Este, hacia Sabana Larga.
Nos teníamos que ir a las 11:30 de la noche, para poder llegar a una hora que fuera todavía de noche, porque era a pie. ¡Qué cojones! Pero eso no era todo, una de las veces, yo iba tocar la serenata con un bandoneón que, dicho sea de paso, pesaba como 60 libras, pero él, muy orondo se lo echaba al hombro.
Lo que menos me gustaba de esos jodíos viajecitos a Sabana Larga de noche (no había transporte a esas horas de la noche), era que tenía que pasar por La Javilla, una mata que está antes de "La Subía" de Sabana Larga.
La gente de Ocoa,  como pueblerina al fin, se inventó que frente a esa javilla salía "Una vaina rara", y como todavía yo tenía mis hojas encima de lurio pueblereino sentía un miedo del carajo.
Desde que yo llegaba a la curvita que está después del puente de Ocoa, y que ya sabía que estaba muy cerca el trecho de la javilla, me "jondeaba" un trago largo y empezaba a hablar todas las pendejadas que se me ocurrían, pero me pegaba de Papito Zucco, por si esa vaina se le ocurría atacarnos, le diera primero a él.
Cuando pasábamos la tenebrosa sombra de la mata de javilla, y que estábamos por el frente de la finca de Amancio Estrada, todavía volteaba yo la cabeza como la niña de la película EL Exorcista cuando se le  "montaba" el "fantasmoso" ser que la poseía.
Nunca vi una juventud tan loca como la nuestra, porque las cosas que uno hace mientras se es joven, son de puros locos, porque, no me diga usted que ponerse a beber en el Bar Topacio de Sabana Larga, y cuando lo cerraron, a Cacao Santana y a mí nos cogió con irnos para Bonao, en un cuesco de motor Honda 50, que él tenía asignado; Cacao trabajaba en la licorera J. A. Bermúdez.
A las 9 de la mañana, ya estábamos estacionados en una barrita de mala muerte, "atuellándonos" un pote.
 Atuellar, esa palabra  solo la oía de boca de ese maldito loco, quien vivía cambiando todas las palabras del idioma, por las que a él se le ocurrieran.
Son tantas las anécdotas que tengo, que hasta las he olvidado ya, fueron tantas noches de serenatas en Ocoa, que me es imposible recordar, y si no tengo al lado a uno de los coprotagonistas de esas andanzas cerca para que me ayude a recordar tantos momentos, me será imposible recordarlas todas.
Recuerdo ahora que, la serenata más macabra, se la di a la madre de Winston Read, y fue una noche que fuimos al cementerio de Ocoa a cantarle una canción a la difunta Cristiana, recuerdo que la canción se llama "Madre cuando queras voy a verte", del compositor español (ya fallecido), Danny Daniel.
Por ahora, lo voy a dejar de ese tamaño. Quizás cuando esté el fin de semana en Ocoa, aparezca un personaje como Luis Aguavivas, mejor conocido como Luis Pai, que me recuerde una que otra anécdota de tantas vividas.
¡Ah, a propósito de Luis Pai, una noche amanecimos en la calle, sentados en el parque cantando, bebiendo y haciendo cuentos, es que con Luis Pai, no puede uno dejar de reírse.
Cuando eran como las 6 de la mañana, nos cogió con irnos para la capital, por lo que esperamos que pasara la  guagua del difunto Moncito, que a esa hora estaba terminando de recoger los pasajeros que iban para la capital.
Nos subimos en la guagua, pero recordamos que no teníamos ni un centavo, ni para el pasaje, ni para lo que íbamos a hacer en la capital, que tampoco íbamos a hacer nada allá, solo por joder la paciencia; vainas de parranderos.
El hecho es que íbamos haciendo tal alboroto en la guagua, que Moncito decidió dejarnos antes de "La Vuelta de La Paloma" dese donde regresamos pidiendo "bola". 

A eso le llamo yo, vivir intensa y sanamente la loca juventud, cuando el único vicio era, cantar y andar de jergas pa´rriba y pa´bajo. ¡Si señor!

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