La autora Adriana
Fernández reflexiona sobre su última obra “¿Tiene un libro de brujas?” y sobre
los desafíos de escribir para el público lector más joven
Por Adriana
Fernández
¿Tiene un libro de Brujas? (comuicarte), de Adriana Fernández |
Cuando me preguntas
"¿Cómo es escribir para chicos cuando sus editora de LIJ?" Respondo:
Es como ser modista de una misma. Imposible. Ni con un espejo podrías ajustar
bien las pinzas, poner los alfileres sin pincharte, verte la espalda y luego el
escote. Casi imposible. Lo único posible es hacerlo mal o más o menos.
Jamás podría ser
editora de mí misma por eso no es tan incompatible ser autora y editora a la
vez. Como autora necesito la mirada de mi editor, editora -y maravillosa- en el
caso de mi última publicación en Comunicarte. Ella es la única que puede
ajustar las pinzas, ver la caída del vestido en la espalda y la profundidad del
escote en el frente. Verlo y mostrármelo Eso es un editor. El que mira
críticamente y lo muestra al autor.
Llevo más de veinte
años en el mundo editorial pero como autora tengo la escucha inocente. Es como
vivir e ir a análisis. Esa devolución siempre – en los casos de los buenos
análisis- nos va a sorprender. Aun cuando llevemos buena cantidad de años de
experimentar viviendo.
Como editora leo,
selecciono, ajusto, pido, devuelvo. Entiendo las concesiones que hay que hacer.
Trato de entrar y respetar autor, texto y mercado.
Como autora me
distraigo de todo eso. Intento no ser complaciente con los chicos. A veces me
parece que escribo para ellos para explicar lo complicado que es ser adulta.
Lejos estoy de creer que los entiendo y que, a partir de ello, puedo crear
estos mundos paralelos donde el lenguaje manda. No creo entender tanto pero sí
me dan ganas de contarles lo que es estar de este lado, y me parece que a ellos
les interesa y les da mucha gracia compartirlo.
Adriana Fernández (Alejandra López) |
Es que contarles a
ellos es ponerse en un lugar frágil. Ellos pueden demolerlo todo virando los
ojos sin pensarlo. Así, en un parpadeo largo. Y ahí queda una con su librito…
buscándoles la mirada. Inútil será si una no pasó la prueba.
En algo estamos de
acuerdo la editora y la escritora que soy. Tanto a una como a la otra nos
sorprende el lugar menor que tiene la literatura infantil respecto de la
literatura de adultos. El lugar menor que tienen los libros para un público
respecto de los libros para el otro.
Con esto quiero
decir que todos sabemos que hay libros para chicos y luego, claro está, la
literatura infantil. Pero que esta última tardó en entrar al mundo académico,
por ejemplo, y cuando lo hizo obtuvo un lugar lateral y adosado. Sabemos
también que -salvo honrosas excepciones -los medios periodísticos no dedican
críticas a la literatura para chicos. Algo así como si esta escritura estuviera
dentro de un área de entretenimiento y no configurara una poética literaria que
da cuenta de cada tiempo y de las configuraciones históricas de cada infancia
también.
En el volumen de
correspondencias de Ítalo Calvino, Los libros de los otros, un epígrafe abre
todo lo que se lee luego: "…la mayor parte del tiempo de mi vida, lo he
dedicado a los libros de los otros. Y me alegro de ello…"
A mí también me da
una enorme alegría haberme dedicado a los libros de los otros. Y haber
encontrado los rincones para los míos.
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