Por Miguel Rone
PARTE -II-
El grupo con lo que menos contaba era con abrigos y dinero, así que nos encaminamos por un camino que nos dijeron los lugareños conducía al Pico Duarte, ellos todavía los conocían como “Trujillo”, nos enrumbamos hacia la Ciénegas luego de cruzar por primera vez el Río Yaque.
Recuerdo que ni bañándonos de madrugada en invierno en ese mismo río en Santiago, sus aguas fueran tan frías, un frío que nos helaba hasta los huesos. Todo el trayecto de ahí en adelante fue hecho a pies hasta el mismo pico.
Llegamos al lugar conocido como la Ciénaga, los lugareños vivían justo a la orilla del Río Yaque, todos laboraban en los aserraderos que habían en el lugar unos leñadores, que se encargaban de cortar los arboles (Pinos), otros haladores, estos arrastraban los palos hasta donde podían ser transportados, por los camiones. Cuando les preguntamos por los dueños de los aserraderos, nos respondieron: “Los Meras”.
El frío era algo apoteósico, un samaritano nos protegió y nos dio albergue en una casa que tenía en el patio para guarecer los animales, solo recuerdo el apellido: Rodríguez, ahí amanecimos el primer día apretujándonos uno sobre el otro para aguantar el frío, que ni poniéndonos todas las ropas y aperos, como: Mochilas, hamacas suertes y demás ropajes no soportábamos.
Éramos muchachos “hijos de papi y mami” que nunca teníamos ningún percance sin que mamá no lo resolviera. Estábamos lejos de casas, haciéndonos hombres a la fuerza, pues en esa época éramos “Revolucionarios”.
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