4 de mayo de 2014

Discurso de Juan Hernández Inirio sobre la obra poética de Tony Raful

Juan Hernández Inirio
Señor ministro de cultura, José Antonio Rodríguez, señor director general del libro y la lectura, Valentín Amaro, distinguido escritor Tony Raful, intelectuales, académicos, familiares y amigos del homenajeado
Señoras y señores:
En  noviembre de 2009 se celebró una histórica Feria del Libro en Guaymate, un marginado municipio de la provincia de La Romana. Aquel ágape cultural fue amenizado por una incidencia singular que traigo a colación en la solemnidad de este instante. Quien os dirige la palabra tenía, a la sazón, 18 años de edad, siendo partícipe del montaje y desarrollo de aquellas jornadas feriales, pero alguna circunstancia inclemente impidió que atestiguara el acontecimiento que hoy quiero invocar: la visita a Guaymate de Tony Raful, cuya potencia intelectual sacudió, de una vez por todas, la soledad de aquellos estudiantes que soñaran con ser escritores.
 Fue la primera vez que accedí a la obra de Raful, mediante el poemario ¨La ciudad y sus cantos¨, que el experimentado bardo había publicado a principios de ese mismo año y que allí se expuso, a propósito de su visita, libro cuyo hálito de poesía metropolitana embriagó mi conciencia de muchacho provinciano y cuyas venas urbanas sintetizan todo el derrotero lírico de un trovador exquisito y audaz, solícito y certero como la misma instantaneidad del ruido en las calles de Santo Domingo.
 Los episodios de la vida de Raful nos conducen a una lectura reverente de su grandeza en múltiples facetas. Ha cultivado con pasión y acierto la poesía, la historiografía, el artículo, amén de su labor magisterial y  radial, y todo al compás de un ejercicio político sin polución de ninguna índole.
 Entre innúmeros reconocimientos que ha recibido, recordamos todos, aún con nitidez, su merecida coronación como Premio Nacional de Literatura 2014. La contribución de Tony Raful al horizonte literario criollo, alcanza un grado de majestad, sobre todo en la poesía, piedra angular de su producción. En su discurso poético tropezamos con una mixtura de sensaciones a quemarropa, como en el poema ¨Cónclave de la locura que silba¨: 
 “Aquí está el sol propagando la diáfana voz,
la intimidad de los sonidos,
en el espacio estremecido donde la lluvia y el canto
hacen travesías grávidas
y se trepan a los árboles ataviados de pájaros y nostalgias¨.
 Igualmente su poética, fundamentalmente orgánica y vertebrada, se tiende de bruces en la superficie del amor, bajo el sol que tuesta la isla con un fuego carnal. De esto hay constancia en el poema ¨Canción de luz¨:
 ¨Mujer de labios carnívoros y antillanos
honda raíz de la descendencia
martillo racial
absorta piel en un horizonte de blancos
tú eres la compañera
la agonía y el silencio útil de los juegos nocturnos¨.
 El alto cantar de Tony Raful es una transfiguración enjundiosa del acontecer dominicano, gris e inesperado, sin que ello oculte la voracidad de la ternura en cada pentagrama que se escapa de su alma. Las herramientas de Raful son la simplicidad y la complejidad de lo consuetudinario. El ha expresado que ¨el tórrido afán humano tiene la plasticidad de lo etéreo, nada permanece sino en los tejidos del sueño que el poeta toca frágil con el estro, la sutil capa de lo que intuye en la ecuménica redondez del asombro¨.
  ¿Cómo palpar la esperanza sin tal convicción de lo onírico? ¿Sobreviviría la realidad textual sin la aparición de un poeta que la mistifique o la afirme con el nerviosismo de su caligrafía alucinante? ¿Quedaría piedra sobre piedra en la ciudad sin los cantos proféticos de Raful, que vive para afirmar su Historia y su futuro? En el poema ¨Calle El Conde, el vidente de la urbe se pone en contacto con la magnificencia del simple espacio, razón de su voz:
¨Oh calle El Conde,
como tú, embeleso y fortuna,
celaje de feroz dulzura,
como cielo y luna,
como nupcias del alma,
como duende de violeta grávida,
se gestó esta canción,
que en tu voz
navega la ciudad¨.
    Raful no comulga con los vates que se encaraman en las nubes. El es un orador del asfalto y de la estridencia dolorosa de la vida. Cuatro décadas han pasado, y aún peregrina entre ¨la poesía y el tiempo¨, con los signos de la insurrección a mano y una espada patriótica sostenida con los labios. El es un escriba civil por excelencia, con autoridad sobre el destino de su musa, como en ¨Invocación de la chichigua o papalote¨:
 ¨Grandes reflectores ocupan córneas
en la ciudad crecida frente a las aguas.
Un día retornaremos a sus recodos
como viajeros de un memorial de botijas y besos,
tocaremos sus ruinas
donde se apostan los años más puros
y canjearemos sus adoquines,
los palacios de vientos
donde ella ocupó tronos
sitiales conquistados para su señorío de emociones¨.
Su retórica le abre los brazos al discurrir de las pasiones en medio de la multitud. Aborda la cotidianidad con una conciencia de atalaya, ante un universo forjado en el sinsentido. Tony Raful, nuestro laureado compatriota, no sólo es la ciudad, sino un rayo indómito en la inconfundible tradición poética dominicana de todos los tiempos. Su verso es un espejo franco del presente que se renueva entre las invisibles paredes de esta ínsula. Un caribeño mar de amor humedece su garganta: un amor como axioma de vida y como respuesta al hado indescifrable.
Según él, ¨la realidad no constituye un contexto definido, levita y naufraga, oscila y trastoca; lidiar con ella es envolvernos en los sauces minados de la imaginación¨. En el orbe intemporal del escritor, el abrazo del sueño y de la realidad, de la vida y de la muerte, es inminente a todas horas. La fatalidad se cuela entre los dedos trémulos del semidiós, y así Raful escribe, en ¨Canto a la paz del mundo¨:
 ¨ Inasible la rosa del sueño porque el sueño era la vida.
Era lenta la procesión de la muerte.
La urgente fuerza del odio
irremediable instinto
que no nos libra del idioma adolorido de la muerte¨.
 Nos hallamos ante la inmensidad de un juglar comprometido con su tiempo, su sangre y su humanidad. Su verbo pictórico camina al compás de su respiración y del mensaje de su entorno mutante y melancólico. Por ello él afirma que ¨ la gestión escritural es tarea competitiva de todos los días¨.
 La cadencia mágica de su poesía viene desde el fondo de su juventud. En los precoces versos de ¨Oda a una hippie¨, fechados en 1969, caminan ya los duendes del surrealismo:
 ¨Lo que te hace libre
son los ojos, avispas del amor.
El canto a colores
Que desplazas en los nidos del viento.
Los dedos sueltos
Sin odiosos anillos
Que marcan como reses.
La flor que nace en tu piel,
El escorpión, la carne sin artificios
O simplemente Love¨.
 En ¨Muchacha triste¨, de 1973, el joven cantor juega ya con imágenes esplendentes:
 ¨Algo tan hermoso como la luz
Se pasea en el balcón de tus ojos
Donde las pestañas son una referencia de la tristeza
Y se gestan amapolas con la primavera de tus cabellos
Y se procura el juguete de tu cuerpo
Y se percibe la soledad de un ángel distraído por el arpa de los cielos¨.
 Un aeda cuyo entorno pretende saltar las palmas de la muerte, no puede ser indiferente a la cuestión ontológica del sufrimiento.  El poema ¨La luz no muere¨, por ejemplo, en es una incógnita en torno a sí misma:
 ¨Venimos a preguntarle a la muerte
Si estaba cuerda
Cuando cayó sobre ti como avión derribado
Con el animal del fuego
Y sus pezuñas de águila envejecida.
¿Sobre qué triángulo de escarcha
Se abasteció la barbarie
Para dejarte sin vida?
¿Qué corazón de vidrio
Cortó tu humano corazón?
¿Sobre qué bandera se disfrazará el recuerdo
Para sostenerte sin brisa?
 Su expresión, ora como apología de la patria, ora como voz de la introspección o del amor, nos muestra el firmamento en cueros. El poeta otras veces tiende a alinear figuras herméticas, consecuente con un vuelo imaginativo que se remonta a la estrella más alta que cabe en su palabra. Sustenta esta verdad ¨La dorada mosca del fuego¨, verso titular de su libro de 1988, y de un poema condenado a la eternidad, del cual cito la estrofa final:
¨La dorada mosca del fuego
Palpa las osamentas
Y se alucina,
Propaga salamandras,
Incendia puestos de mando,
Dota de relámpagos
Los prodigios de la simiente,
Su vastedad milenaria
Donde transmigran las musas
En su castillo de orquídeas,
Nombradoras del papiro
En sus alígeras patas
Que anegan la vida
Transmutan
Y purifican el universo¨.
 El nombre de Tony Raful es inherente a la vocación literaria con compromiso humano. Su arte alumbra lo que Goethe denominó ¨el alocado y laberíntico curso de la vida¨. Los comensales de la poesía en Santo Domingo, en América y en el mundo, hasta el desenlace del tiempo han de inclinar el oído a la inspiración de tan prominente jinete de las palabras.
 Usted, oh, poeta, ha evocado con orgullo ante la tribuna de la Historia, que su lengua se la dieron castellana. A nosotros, señor Raful, nuestros corazones nos los dieron entusiastas para leerlo a usted con fruición, y las palmas de nuestras manos nos las dieron agradecidas, para aplaudir todo lo que ha hecho por nuestra literatura y por nuestra República Dominicana.
¡Muchas gracias!

30 de abril, 2014

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