Francisco Américo Aristy
Aunque parezca una contradicción la democracia
dominicana está plagada por el autoritarismo que sin violencia está expresada
por medio de una cultura paternalista que permea todas las instancias del
estado, esta es la consecuencia de que la población vea que el progreso solo es
posible si hay conexiones políticas.
Por eso en cada etapa el personalismo en la
República Dominicana registra manifestaciones diferentes, y en momentos donde
hay grandes dificultades la población busca una figura salvadora “un papá” esto
es la consecuencia de que los partidos en la democracia no han hecho proyectos
sobre bases concretas, los partidos han seguido el modelo concentrado “atrápalo
todo” lo que ha devenido que ninguno de los partidos del sistema haya cumplido
con los sueños y anhelos de la población dominicana quedando 174 años después
bajo el oscuro escenario plomizo del pasado.
En ese contexto el modelo dominicano cadavérico se
reduce a que se imponga la permanencia de la práctica al culto de la
personalidad tal y como lo hicieron Pedro Santana y otros dictadores. Por eso
la población no respeta la autoridad, porque lo ven como un basal donde 2 o 3
“tutumpotes” se reparten todo como fue la práctica de las viejas dictaduras, o
sea los mismos leones con pelo de ovejas.
Todo esto se refleja en los estudios realizados en
el país en el año de 2016 que evidencian los altos niveles de desconfianza que
tiene la población en las instituciones a tantos años los políticos de hoy solo
ven la democracia en términos procedimentales, no en contenido, lo que ha
permitido que se reviva la idea santanista y trujillista pero con aire de
democracia.
En consecuencia la sociedad dominicana está
condicionada por la desconfianza como resultado de que ven la democracia solo
en apariencias donde unos pocos burócratas se han aprovechado de los ciudadanos
para sus propios beneficios.
Un estudio reciente dice que un 87% cree que una
cuña en el Palacio o en cualquier institución vale más que las leyes, tal como
ocurría como ocurría en el siglo XVIII y a mitad del siglo XIX, estas prácticas
insulsas las vemos en todas las instancias gubernamentales donde no se aplica
la ley, sino el deseo del jefe.
¡Viva el lambonismo!
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