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12 de marzo de 2018

174 años después, Pedro Santana tiene oficinas en las instituciones públicas.

Francisco Américo Aristy
Aunque parezca una contradicción la democracia dominicana está plagada por el autoritarismo que sin violencia está expresada por medio de una cultura paternalista que permea todas las instancias del estado, esta es la consecuencia de que la población vea que el progreso solo es posible si hay conexiones políticas.
Por eso en cada etapa el personalismo en la República Dominicana registra manifestaciones diferentes, y en momentos donde hay grandes dificultades la población busca una figura salvadora “un papá” esto es la consecuencia de que los partidos en la democracia no han hecho proyectos sobre bases concretas, los partidos han seguido el modelo concentrado “atrápalo todo” lo que ha devenido que ninguno de los partidos del sistema haya cumplido con los sueños y anhelos de la población dominicana quedando 174 años después bajo el oscuro escenario plomizo del pasado.
En ese contexto el modelo dominicano cadavérico se reduce a que se imponga la permanencia de la práctica al culto de la personalidad tal y como lo hicieron Pedro Santana y otros dictadores. Por eso la población no respeta la autoridad, porque lo ven como un basal donde 2 o 3 “tutumpotes” se reparten todo como fue la práctica de las viejas dictaduras, o sea los mismos leones con pelo de ovejas.
Todo esto se refleja en los estudios realizados en el país en el año de 2016 que evidencian los altos niveles de desconfianza que tiene la población en las instituciones a tantos años los políticos de hoy solo ven la democracia en términos procedimentales, no en contenido, lo que ha permitido que se reviva la idea santanista y trujillista pero con aire de democracia.
En consecuencia la sociedad dominicana está condicionada por la desconfianza como resultado de que ven la democracia solo en apariencias donde unos pocos burócratas se han aprovechado de los ciudadanos para sus propios beneficios.
Un estudio reciente dice que un 87% cree que una cuña en el Palacio o en cualquier institución vale más que las leyes, tal como ocurría como ocurría en el siglo XVIII y a mitad del siglo XIX, estas prácticas insulsas las vemos en todas las instancias gubernamentales donde no se aplica la ley, sino el deseo del jefe.
¡Viva el lambonismo!  

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