CULTURA VIVA
Por Lincoln López
Transcurría el primer trimestre del año de 1978. El
pueblo dominicano estaba como siempre volcado con pasión a la campaña electoral
que culminaría con las elecciones del 16 de mayo, y la ciudad de Santiago no
era la excepción. En el viejo local de la Escuela de Bellas Artes de Santiago
(EBAS) ubicado en la calle Duvergé, las clases vespertinas se desarrollaban con
normalidad.
Una tarde estando en el salón de ensayos del Cuadro de
Actores Oficiales del cual era miembro, y del Teatro-Escuela, fui requerido por
la secretaria para que me presentara ante la oficina del Director. Cuando
llegué allí estaba una persona enviada “desde la capital”, y la conversación
giró alrededor de la conveniencia de que la EBAS fuera trasladada lo más pronto
posible a sus nuevas instalaciones, un edificio que el gobierno estaba
construyendo en la calle Del Sol; esta construcción se encontraba en su fase
final, incluyendo la remodelación del Palacio Consistorial, de cuyo diseño,
construcción y reposición estuvieron a cargo de un notable arquitecto y músico
santiaguero.
Hoy, ese edificio recibe el nombre de Centro de la
Cultura de Santiago (CCS). La premura del gobierno de Los Doce Años por
trasladar a EBAS se interpretaba como la necesidad de producir un impacto
político favorable ante la proximidad de las elecciones y de la fecha
patriótica del 30 de Marzo de 1844. La nueva construcción era el inmueble público
más imponente de ese periodo presidencial. El director de EBAS argumentó en
contra de la orden de traslado que el nuevo local no estaba dotado aún del
mobiliario adecuado y otras facilidades, y el que disponía no estaba a la
altura del nuevo local. Si consentía su mudanza con los muebles viejos, sería
difícil sustituirlos posteriormente.
Creí que ahí terminaba el asunto. Pero no. Días después
recibí otra llamada telefónica indicándome llegar a la EBAS para supervisar la
salida de algunos muebles ubicados en el segundo piso del salón de actos, entre
ellos, el piano “de cola” para conciertos. Curiosamente, en la calle había un
camión de la “guardia” y cuatro o cinco soldados dispuestos a cumplir la orden
y lanzar, literalmente hablando, el piano desde uno de los balcones. Finalmente
no se pudo y con la noche se deshizo el plan.
Pasaron las elecciones y un nuevo presidente tomaría las
riendas del poder. Durante la transición otra llamada me invitaba al acto de
inauguración del nuevo edificio de la EBAS. Esa mañana estaba presente el
Director General de Bellas Artes de entonces, y por la escuela, el director y
dos o tres profesores. Sin autoridades oficiales municipales y provinciales,
sin Banda de Música ni corte de cinta, se develó la tarja de bronce, destacándose
ESCUELA DE BELLAS ARTES DE SANTIAGO. Esa negativa del antiguo director de
trasladar la Escuela a la nueva edificación impidió que Bellas Artes ocupara
los espacios del actual Centro de la Cultura de Santiago.
Meses después, el dramaturgo autor de “Miedo en un puñado
de polvo”, gran poeta y académico; como Secretario de Estado, anunció que haría
del Centro de la Cultura de Santiago, lo que nunca pudo hacer en Bellas Artes.
Ahí nace la historia del CCS.
Nota: nombres de las personas que intervinieron en este
relato: Apolinar Bueno, Julio A. Hernández, Rubén Suro, Julio C. Curiel, Héctor
Incháustegui Cabral, Lincoln López.
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