Por Rafael Torres
A raíz de la última intervención armada al
país por tropas norteamericanas en el 1965, un soldado yanqui quedó prendado de
los encantos de una muchacha dominicana residente en las cercanías de Ciudad
Nueva de la capital donde estaba acantonada una brigada invasora.
El gringo le echó el ojo a la bella criolla,
le marchó y ésta le correspondió
El gringo de origen judío machacaba el
español y ella también el inglés. Ya llegaron los encuentros furtivos, besitos
y demás cosas de novios hasta que el vecindario se dio cuenta y finalmente los
padres de la muchacha de que se estaba iniciando un aficie dominico- americano.
Los padres de la muchacha, más
Constitucionalistas que el carajo, se enfrentaron al gringo, le dijeron cuántas
cosas se pueden imaginar y éste sin inmutarse sólo contestó: "Yo ama a su
hija y se quiere casar con eia".
¡Ay pa' que fue eso! Ese mismo día un carro
de la Línea Duarte tuvo de pasajera a la muchacha rumbo a Santiago adonde una
tía quien ya había sido informada de todo.
¿Mi hija con un soldado gringo ~√×¥^<*? ¡Jamás!
Pero contra el aficie no hay quien pueda ¡carajo!
El gringo estaba resuelto, el espíritu del chivo de Celina lo había invadido y
la muchacha se miaba por su gringo.
A través de la muchacha del servicio de la
casa obtuvo dirección y teléfono de la casa de Santiago donde le habían
exiliado a la dueña de su corazón y comenzaron los telegramas, cartas y luego
llamadas telefónicas.
La tía ya conocía el aficie mutuo de sobrina
y marine gringo y se hizo cómplice de aquel furtivo amor.
En una conversación el yanqui le pidió
matrimonio a la chica para irse con ella a vivir a Nueva York y esta le pidió a
cambio una prueba grande de su amor hacia ella.
La tía estaba haciendo su trabajo
maipiologico y entrenaba a la sobrina para que no se dejara joder del gringo.
"Yo si va a dar a ti un prueba grandi de
que yo quiere mucho a ti". Pasó un día, dos tres sin llamadas telefónicas
ni nada. Al anochecer del cuarto día tocan a la puerta y al abrir hay un hombre
blanco, flaco, sudado y grajoso con una mochila al hombro.
Era Edward que llegaba pie desde la capital
para dar a Crecía su mas grande prueba de amor. Iba resuelto a casarse con la
autora de su aficie y así fue.
La muchacha, mayor de edad tomó su decisión:
La tía y su esposo fueron los padrinos, los padres de la muchacha asistieron a
la boda y a los cinco días la pareja volaba con rumbo a Nuevo York donde tuvo
lugar la Luna de Miel...
La tía había dicho a la sobrina: "
Nadita de nada mi hija hasta que lleguen allá".
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