Voces y ecos:
RAFAEL PERALTA ROMERO - rafaelperaltar@gmail.com
Sobrevivió a la nefasta intolerancia de la dictadura de los Trujillo, aunque no pudo evitar ser ingresado a una de sus cámaras de torturas. Cuando pudo liberarse zarpó hacia Europa, en calidad de exiliado, y para que su suerte cambiara, llegó a Barcelona y en el Instituto Barraquer fue aceptado, por concurso, para investirse de oftalmólogo.
Cuando
nació, en Mao, 5 de mayo de 1931, la dictadura aún no cumplía un año. De modo que
le tocó vivir su niñez, adolescencia y llegada a la plena adultez bajo la pesada
atmósfera de la Era de Trujillo. Se graduó de doctor en Medicina, en la
Universidad de Santo Domingo, en 1956. Tras la pasantía y breve ejercicio,
debió salir del país.
Regresó
tras el ajusticiamiento del tirano y emprendió con toda energía las acciones
propias de un hombre que además de traer altos conocimientos profesionales, llega
colmado de aspiraciones en los órdenes científico, académico y social. Así
surge el Instituto Oftalmológico Espaillat Cabral, con funciones clínicas y de
enseñanza.
Rafael
Arnaldo Espaillat Cabral ha sido también cofundador y presidente de la Academia
de Ciencias de la República Dominicana y de la Universidad Católica Santo
Domingo, profesor de la Universidad Autónoma de Santo Domingo y autor de múltiples
trabajos científicos en su especialidad, divulgados dentro y fuera de nuestro
país.
Este
médico sobresaliente fue testigo y en muchos casos mediador de notables
conflictos ocurridos durante la turbulenta séptima década del pasado siglo (1961-1970)
y algunos amigos -confiesa- le han criticado su silencio. Con pasmosa serenidad
se refiere a la proximidad de su final y asegura que está escribiendo lo que
debe escribir.
El
pasado miércoles, al felicitarlo por su cumpleaños, aprecié en el doctor
Espaillat ganas evidentes de hablar y me dolí de ya no ser reportero. Me contó el
episodio de los 400 policías a los que salvó la vida, en 1965, cuando eran
prisioneros de los combatientes constitucionalistas en la fortaleza Ozama. Su
mediación fue fundamental.
Se
siente satisfecho de sus noventa años, ha sido condecorado por los gobiernos dominicano
y estadounidense, formó una familia: dos hombres, ambos médicos oftalmólogos;
dos mujeres, una abogada y la otra mercadóloga. Tras sesenta años de curar
ojos, se dedica a la literatura creativa y lleva publicadas dos novelas.
Cada día pasa horas indagando detalles para escribir un volumen de
relatos históricos. Su andar se torna lento y se lo atribuye a secuelas de la chicunguña.
“Solo al caminar me siento viejo”,
advierte. Entonces asegura que su mente corresponde a un hombre de cincuenta
años. Y quienes lo escuchan pueden corroborarlo.
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