José Gómez Cerda
Juan Bautista comenzó a predicar la pronta llegada del
Mesías y a bautizar a quienes lo escuchaban en las aguas del Jordán. Cuando Jesús fue bautizado por Juan (que era
primo suyo), hubo según los evangelistas un signo celestial que lo señaló como hijo
de Dios.
Antes de iniciar su propio ministerio, Jesús se retiró al
desierto un período "de cuarenta días", durante los cuales, según la
narración evangélica, ayunó y puso a prueba su fortaleza espiritual ante las
tentaciones del demonio.
A su regreso del desierto, Jesús inició la divulgación de
su doctrina en solitario, dándose a conocer en la sinagoga, a la que acudía
todos los sábados. Un día lo hizo en su pueblo.
Escogió una lectura del profeta Isaías que prefigura al
Mesías, el ungido de Dios que anunciaría a los pobres la Buena Nueva y que
daría la libertad a los oprimidos.
Les dijo que era él de quien el profeta hablaba. Fue
denostado por tamaña soberbia (todos sabían que era el hijo de José) e
intentaron despeñarle.
Pero pronto sus predicaciones convocaron a su alrededor
multitudes a las que enseñaba mediante parábolas, obrando a la vez milagros que
llenaban de asombro y alimentaban la fe en su doctrina.
Cristo se granjeó así las antipatías de escribas y
fariseos, a los que aquel advenedizo robaba protagonismo y popularidad entre
las gentes. Los fariseos se quejaban de que Jesús celebraba fiestas y
banquetes.
Peor aún, lo hacía con publicanos, pecadores, gente
proscrita: Entretanto, Jesús eligió a doce de entre sus discípulos: Simón (a
quien llamó Pedro) y su hermano Andrés, Santiago y Juan, Felipe y Bartolomé,
Mateo y Tomás, Santiago de Alfeo y Simón (llamado Zelotes), Judas de Santiago y
Judas Iscariote.
Eran hombres sencillos, la mayoría pescadores,
trabajadores que se ganaban el sustento con fatiga. Hombres integrantes de la
masa que soportaba los impuestos de los romanos y que se rebelaba ante la vida
privilegiada de escribas, saduceos y fariseos. Jesús les propuso un orden
religioso e incluso social nuevo, sin hipocresías, solidario con los pobres,
vital.
El llamado "sermón de la montaña" acaso sea el
más significativo de todos cuantos pronunció, tanto por su contenido doctrinal
como porque viene precedido, según Lucas, por la elección de los doce
discípulos y la realización de numerosos milagros en tierras de Galilea.
En este discurso evangélico, llamado en la tradición
bíblica "Las bienaventuranzas", Jesús saluda a la muchedumbre con un
"bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de los Cielos; bienaventurados
los que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados; bienaventurados los que
lloráis ahora, porque reiréis" (Lc. 6, 20-21), y enseguida expone las
condiciones que han de cumplir quienes elijan seguirlo: "Bienaventurados
serán cuando los hombres los odien, cuando los expulsen, los injurien y
proscriban nuestro nombre como malo, por causa del Hijo del hombre..."
El sermón de la montaña pone de manifiesto su profundo
conocimiento de la conducta humana, y reinterpreta además la Ley mosaica dilucidando
sus principios fundamentales y adaptando sus preceptos a las necesidades
humanas.
El amor a los enemigos ("amar a nuestros enemigos,
hacer bien a los que los odien"), La misericordia ("ser compasivos,
como nuestro Padre es compasivo.
No juzguen y no serán juzgados, no condenen y no serán
condenados; perdonen y serán perdonados"), La beneficencia ("Den y se
les dará [...], porque con la medida con que midas serás medido ")
El celo bien ordenado ("no hay árbol bueno que dé
fruto malo y, a la inversa, no hay árbol malo que dé fruto bueno") son
aspectos diferentes de una misma idea fundamental formulada en la frase
"amar a Dios y al prójimo". Una visión estrictamente laica sitúa a
Jesús en un exclusivo marco humano, pero no por ello su figura es menos digna
de estudio y consideración.
Él, que se autodefinía Maestro, no seguía las pautas de
la clase poderosa judía: transgredía la norma sabática, iba acompañado de
mujeres (María y Marta; Juana, mujer de Cusa; Susana, y otras muchas) y se
hospedaba en sus casas. Sus amigos eran gente llana y sencilla a los que
acompañaba en sus fiestas y bodas.
Las enseñanzas de Jesús, que por primera vez hablaban de
conceptos nuevos como el amor al prójimo y a los enemigos, la piedad hacia los
pecadores y el respeto a las personas por encima de su condición social.
Llegó un momento en que Jesús habló sin tapujos: «El que
no está conmigo, está contra mí. No hagan como los escribas y fariseos
hipócritas, víboras, sepulcros blanqueados por fuera y llenos de carroña por
dentro... No amasen fortunas, vendan los bienes y dan limosnas...» Y los
acontecimientos acabaron precipitándose. Jesús envió a predicar de dos en dos a
setenta y dos discípulos suyos por los pueblos de Judea, en donde iniciaron un
intenso movimiento religioso como si se tratara de conquistar la Ciudad Santa.
Hacia ella se dirigió Jesús desde Galilea consciente de
que había llegado su hora. Herodes, a quien Jesús había llamado zorro, estaba
al acecho; los sacerdotes, ojo avizor para tenderle una trampa. Pero Jesús no
se amedrentó.
Al contrario, entró en Jerusalén en actitud provocadora,
haciéndose entronizar como rey por una multitud que llenaba la ciudad en
ocasión de la Pascua.
Y en el mismo centro neurálgico del mundo judío, el
Templo, hizo valer su autoridad: expulsó a los vendedores a latigazos porque le
repugnaba que un lugar de oración se hubiera convertido en un lucrativo
mercado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario