La pareja ha anunciado el fin de su matrimonio tras 27 años. Pero no el de su colaboración: los dos mayores filántropos del planeta tienen muy claro qué hacer con su dinero. La única pregunta es cómo se repartirán las casas.
POR JAVI SÁNCHEZ - Vanity
Fair
Bill Gates y Melinda
French Gates se divorcian. Han decidido poner fin a
un matrimonio "irrevocablemente roto", según la demanda de Melinda,
que es la que ha presentado los papeles en el juzgado, mientras Bill le comunicaba
al mundo que "tras darle muchas vueltas y esfuerzo a nuestra relación,
hemos decidido terminar nuestro matrimonio". Lo que se rompe, eso sí, es
el matrimonio, no su asociación como mayores filántropos del planeta. Un
matrimonio de 27 años, y "tres hijos increíbles" (Jennifer, Phoebe y
Rory), sin acuerdo prenupcial, en el que hay que dirimir al menos una parte de
la fortuna de Bill Gates, el cuarto hombre más rico del mundo, con una fortuna
cercana a los 110.000 millones de euros.
¿Por qué sólo una parte? Ni Bill ni Melinda
(que no ha solicitado ningún tipo de pensión temporal mientras se dirime el
juicio, a celebrar dentro de un año) han sido grandes derrochadores. Cuando los
Gates dejaron Microsoft (allí se conocieron, y allí trabajaba ella, hasta que
el amor por los rompecabezas y los libros unió a fundador y ejecutiva), también
pusieron en marcha una serie de iniciativas para deshacerse de su fortuna, que
siempre han considerado excesiva. La parte más visible es la Fundación Bill y
Melinda Gates, que seguirá existiendo y en la que seguirán trabajando:
"Hemos creado una fundación que trabaja
en todo el mundo para que todas las personas puedan llevar vidas saludables y
productivas. Seguimos compartiendo la fe en esa misión y seguiremos trabajando
juntos en la fundación, pero ya no creemos que podamos seguir creciendo juntos
como pareja en la próxima etapa de nuestras vidas. Pedimos espacio y privacidad
para nuestra familia mientras empezamos a navegar esta nueva vida".
Una vida en la que lo más importante ahora
mismo es qué pasará con las viviendas: los Gates tienen un complejo de más de
100 millones de euros en Washington, al pie mismo del lago que da nombre al
estado, en mitad de un precioso entorno natural. Una megamansión (mide más de
6.000 metros cuadrados) llamada Xanadú 2.0. Tiene siete dormitorios, casi el
triple de baños, y un salón donde se pueden dar fiestas para 200 personas. Los
Gates tardaron siete años en tenerla a punto y ahora tendrán que decidir quién
se la queda. Lo mismo pasa con compras más recientes, como una casa (de casi
600 metros cuadrados, que les costó 35 millones de euros) en la otra punta de
Estados Unidos, en California, a pie del océano. Que compraron en 2020, ya
iniciada la pandemia, y cuando todavía no había visos de que el matrimonio
fuese a separarse.
No son sus únicas propiedades: los Gates
cuentan con al menos tres ranchos a su nombre o de sus sociedades, repartidos
por Florida y el Medio Oeste estadounidense. Aunque uno fue un regalo para que
Jennifer, la hija mayor y dedicada amazona, pudiese poner en marcha su criadero
de caballos, Gates Stables. Melinda no tiene negocios propios –fue su
dedicación la que convirtió la Fundación en una organización global, mientras
Bill cerraba su última etapa en Microsoft, a principios del siglo XXI–, aunque
los que tiene Bill no son especialmente reseñables en este singular divorcio:
controla un par de fondos de inversión milmillonarios, pero el objetivo de
ambos (invertir en empresas que afronten el cambio climático y la pobreza
energética) se alinea con los objetivos de la pareja. Tampoco parece que
Melinda vaya a mostrar especial interés por los únicos caprichos de rico
conocidos de Bill: los superdeportivos clásicos. Los Porsches y Ferraris de los
que el fundador de Microsoft posee al menos dos docenas.
Salvo este puñado de propiedades, algún otro
capricho (el Códice Leicester, un manuscrito de Leonardo Da Vinci por el que
desembolsó el equivalente actual a 25 millones de euros) y su "placer
culpable", un "indefendible" avión privado (también tiene
intereses en una compañía de vuelos ídem), como lo denominaba Bill en los
últimos años, los Gates no son famosos por sus excesos.
Y el destino de su fortuna tras el divorcio
ya estaba sellado de antemano: ahora mismo, la Fundación Bill y Melinda Gates
cuenta con bienes por valor de unos 42.000 millones de ellos, de los que el 80%
llegaron directamente por donaciones de la pareja (la otra parte serían su gran
amigo y cogestor en la Fundación, el supermilmillonario Warren Buffett, y otros
megarricos). La idea es que entre la Fundación y el resto de las iniciativas,
al menos 99.000 de los 110.000 millones de euros actuales de la fortuna Gates
pasen a la beneficencia, la filantropía. La pareja no tiene un acuerdo
prenupcial, pero ambos si firmaron el Giving Pledge, la iniciativa creada por
ellos y Buffett para que los excesivamente ricos donen en vida el 90% de su
fortuna.
O más, porque la idea que defendió Bill en
2017 en una ronda de preguntas con los usuarios de Reddit es que sus hijos sólo
hereden 10 millones de dólares cada uno. Así que, una vez sepan dónde van a
vivir cada uno, el resto está más o menos apañado. Sobre todo teniendo en
cuenta que Melinda podría asignarse el sueldo que quisiese en la Fundación,
donde el empleado que menos cobra gana 60.000 euros al año. El divorcio es el
trámite legal para seguir de dos personas que, simplemente, han dejado de
quererse como pareja. Pero que en todo lo demás tienen las cosas demasiado
claras. De hecho, es posible que esa sea la razón por la que hayan pedido un
año para el juicio de divorcio: para poner en orden todo lo que recoja su
acuerdo de separación privado, y ponerlo delante del juez firmado, evitando una
incómoda batalla legal.
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