Néstor Estévez. Municipios al día
El “Barrilito” ha estado en la palestra en las últimas semanas en
nuestro país. Es un tema que todos creemos entender. Pero al momento de
explicárselo a un visitante, aunque sea hispanoparlante, debe provocar cierto
rubor y quizás hasta urticaria, por lo menos a quien tenga vergüenza.
Al abordar el asunto, de paso podemos aprovechar para un repaso
gramatical que incluya una alerta y oportunidad para mejorar lo que conocemos
como democracia.
“Hay Barrilito”, contando con el apoyo del verbo “haber”, puede servir
para expresar una realidad que lleva más de una década campante y sonante, como
si se tratara de algo completamente normal para el cumplimiento de las
responsabilidades de los senadores dominicanos.
“Ahí, Barrilito”, anteponiéndole ese adverbio, sirve para indicar el
lugar que debe ocupar el famoso fondo destinado al uso que ya sabemos. Desde un
legislador que propone sacar del Congreso Nacional esa práctica clientelar,
hasta quien se empecina en mantenerla con cualquier justificación (aunque sea
contraria a lo que dijo en campaña).
¡Ay, Barrilito! Aquí el asunto “pica y se extiende” porque entre las
diversiones que tiene nuestro idioma destaca el uso de las interjecciones.
Repasemos un poco. Dice la Real Academia Española que “la interjección
es una palabra invariable”. Aunque no vamos a entrar en eso ahora, hay
interjecciones propias e impropias. Por si acaso, “ay” es una interjección
propia. Uno de los atributos de las interjecciones es que tienen autonomía
sintáctica. Y aquí viene la segunda parte de la famosa pieza aquella: las
interjecciones sirven para que el hablante exprese sentimientos o sensaciones,
o para inducir a la acción al interlocutor.
Néstor Estévez.
Las interjecciones tienen sus reglas para escribirlas. Pero donde el
asunto se va para largo es al momento de pronunciarlas. Porque según la RAE,
con las interjecciones “se forman enunciados exclamativos, que manifiestan
impresiones, verbalizan sentimientos o realizan actos de habla apelativos”.
Dicho en “dominicano”, con esas combinaciones de miradas, señales diversas,
posturas corporales y cierto “sabroseo” al hablar es como para armar un extenso
documento con cada interjección.
Vamos a proponer un decálogo para que cada quien pueda escoger (y hasta
agregar a esta dichosa lista):
1.- ¡Ay, Barrilito! Expresión de quien lo usa para actividades muy
diversas, pero siempre vinculadas a sacar provecho particular.
2.- ¡Ay, Barrilito! Expresión de quien sabe muy bien los usos perversos
a que se presta el famoso fondo.
3.- ¡Ay, Barrilito! Expresión de quien paga impuestos y le duele que
usen su sudor para ciertas diabluras.
4.- ¡Ay, Barrilito! Expresión de quien sabe muy bien el daño que ese
tipo de prácticas hace a la democracia.
5.- ¡Ay, Barrilito! Expresión de quien recuerda que eso va reñido con
una enseñanza milenaria que dice: “Si le das un pescado, le quitarás el hambre
un día; si le enseñas a pescar, le quitarás el hambre para siempre”.
6.- ¡Ay, Barrilito! Expresión de quien sabe que la caridad se practica
mirando hacia abajo, mientras que la solidaridad se practica mirando hacia el
lado.
7.- ¡Ay, Barrilito! Expresión de quien ve en el referido fondo un
instrumento para mantener en la pobreza eterna a quien después le votará por
necesidad.
8.- ¡Ay, Barrilito! Expresión de quien sabe que eso sirve para impedir
que personas identifiquen sus posibilidades de emprender.
9.- ¡Ay, Barrilito! Expresión de quien no asume las funciones para las
que ha sido creado su cargo, ni quiere que quienes viven en el territorio que
“representa” se enteren de ello.
10.- ¡Ay, Barrilito! Expresión de quien asume que el Estado es una res
pública, e identifica en el barrilito una teta para ordeñar.
Esta lista puede alargarse tanto como la cantidad de sentimientos, desde
dolor hasta admiración o alegría, que genera un proceso iniciado con La
Trinitaria, con todo aquel sacrificio; continuado con aquellas pugnas entre
santanistas y baecistas; llevado a la exaltación popular en la Restauración,
entre otras tantas jornadas que debieran servir para diferenciar maneras que
ayudan a avanzar, y formas que sirven para seguir en el mismo lugar.
En un país al que se le acaba de persuadir y alimentar la esperanza con
una propuesta de cambio, en un mundo que cada vez se asemeja más a una caja de
cristal, debiera procurarse coherencia entre el decir y el actuar.
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