Marisol
Vicens Bello - El Caribe
En
este difícil momento en que sentimos que se quebró el núcleo familiar por el
que tanto luchaste, del cual eras su líder como hermano mayor, la historia de
tu vida da giros en mi memoria como para recordarme la grandeza de tu
trayectoria y la extrema sencillez de tu vida.
Tu
alma noble y tu espíritu sensible desde muy niño dio visos de qué harías de tu
vida un apostolado, los jesuitas que te educaron le dijeron a nuestro padre que
serías sacerdote o socialista, habiendo sido lo segundo, pues tu mente
brillante, tu sensibilidad social no permanecieron indiferentes ante las
situación política que imperaba en los inicios de los años 70, y como
estudiante de economía de la UASD, junto a Francis tu compañera de esa etapa de
tu vida y madre de tu única hija Laura, incursionaste en la militancia
estudiantil y luego en la de los movimientos de una izquierda revolucionaria,
de la que esperabas alcanzar sueños de igualdad.
Crecí
bajo la sombra de tu influencia, de tu mano aprendí a amar las lecturas de los
libros de Hermann Hesse, la pasión por los Beatles, la afición por el buen
cine, Lelouch, Truffaut, Carlos Saura y tantos otros que, a mis escasos años,
eran mis directores favoritos de películas que pocos en mi entorno veían, y
mucho menos disfrutaban.
Tu
temperamento jovial, tu espíritu conversador siempre poblaron tu vida de muchos
amigos, todos pasaban por la casa y con el mismo amor que me tratabas siempre
me trataron ellos. Tus primeras tertulias fueron las de la calle Caonabo, allí
por cosas del azar se juntaron tus sueños con la historia de lucha contra la
dictadura que encarnaban los hermanos Rodríguez Iriarte, que hasta el final de
tus días fueron tus amigos.
Cuando
nos mudamos a vivir a la Pedro Henríquez Ureña siempre encontré un mundo
fascinante en tu habitación, desde el disco de los Carpenters que tanto me
gustaba escuchar, tus muchos libros que repasé mil veces, hasta las botellas de
vino que traías de tus frecuentes noches en Omar Khayyam y mantenías como una
colección. Allí conversaba contigo y con tantos amigos que fueron parte de tu
vida, desde Frank Guerrero Prats hasta Leopoldo Cross, y viví tus emociones con
Siete Días con el Pueblo, la transición democrática del país, tus inicios en el
servicio público en la Oficina de Planificación, pero entre tantos asuntos
importantes siempre hubo un espacio para mí y todas mis amigas de nuestro
añorado vecindario de Gascue, para llevarnos a las primeras fiestas de quince
años o simplemente para transmitirnos tu gusto por la nueva trova, desde Silvio
Rodríguez hasta Joan Manuel Serrat.
Dos
momentos de tu vida alegraron particularmente a nuestro amado padre, la
presentación de tu tesis, que por su extensión demoró unos años y terminaste
publicando en un libro cuya portada tengo viva en mi recuerdo de un billete de
un peso que ardía en llamas representando la trepidante devaluación, y el
nacimiento de tu hija Laura, que papi entendió sería la forma de aquietar tus
sueños revolucionarios.
Tus
años como profesor fueron insuperables, recibía con frecuencia trabajos que
algunos alumnos iban a llevarte a la casa, luego coleccioné historias de tantos
en quienes dejaste tu impronta, veneraban tus enseñanzas, no solo de economía,
sino de política y de vida, algunos se convirtieron en tus amigos como José Antonio
Barreto, otros alcanzaron las más altas posiciones, como el presidente Luis
Abinader, pero todos hoy ante tu muerte proclaman cuán importante fuiste para
ellos, tus huellas indudablemente marcaron sus almas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario