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14 de abril de 2016

La vida desde el balcón de mi privilegio

Por Virginia Perdomo. 

Los pobres no son pobres porque quieren. Tampoco son tontos. Ni que no tengan deseos de superación, ni que no se esfuerzan lo suficiente.

Virginia Perdomo

Virginia Perdomo

Publicista de profesión, le encantan la pizza de queso y la cerveza. Tiene más de 10 años de experiencia en el área de comunicación, durante los cuales ha trabajado en agencias publicitarias y como cliente. Primera dominicana en ganar medalla de oro en la competencia Young Lions Marketers 2010 en el marco del Festival Internacional de Creatividad Cannes Lions, en Cannes, Francia. Ha sido conferencista en eventos nacionales e internacionales. Lectora empedernida, coleccionista de anuncios publicitarios y de gatos, sólo puede ver la vida a través de su pajón.
Los psicólogos dicen ahora que la adolescencia se extiende hasta la edad de los 25 años. Es decir que mi generación, y las que vienen subiendo, todavía no habremos salido del cascarón a una edad en la que nuestros padres ya estaban casados y con hijos. La necesidad de extender los años de estudio para ser competitivos en el mercado laboral, con maestrías, MBA y doctorados; y el aplazar el matrimonio y los hijos varios añostiene mucho que ver con esta situación.
Estudié en un colegio extranjero. Asistí a una universidad privada. He viajado. Hablo varios idiomas. Cuando pequeña no tuve que dejar la escuela para trabajar. Comía tres veces al día. No fui maltratada ni psicológica, ni física ni emocionalmente. Uno de los pasos más importantes hacia la adultez fue el momento en que reconocí que he vivido una vida de privilegios.
Vivo en una burbuja donde no se va la luz ni el agua, con internet, cable y aire acondicionado garantizados. Desde este balcón, es muy fácil mirar hacia abajo y aislarme de los problemas sociales que aquejan a nuestro país, desvincularme de aquello que no me afecta directamente.
Una de las características de la generación millenniales que entiende que es merecedora de todo lo bueno. Nuestros padres trabajaron de sol a sol toda su vida para que no nos faltara nada. Los millennials quieren romper con ese modelo esclavizante persiguiendo sus propias oportunidades, fuera de las cuatro paredes de una oficina. De ahí que se haya formado una especie de religión del emprendimiento cuya máxima es: si se es aplicado, todos pueden alcanzar el éxito.
En este país donde el sistema educativo es tan deficiente, son las clases medias y altas las que pueden inscribir a sus hijos en colegios bilingües o en escuelas de idiomas. A la gran mayoría de las familias dominicanas el sueldo no les alcanza hasta final de mes, mucho menos para gastos adicionales.
Evidentemente una actitud positiva y aceptar asumir riesgos son esenciales a la hora de emprender. Pero la realidad es más compleja que esos ejercicios de visualización o que usar mantras para decretar tu ascenso profesional o bonanza económica. Pocos son los que pueden dejar su trabajo para perseguir sus sueños. Para ello, primero es necesario contar con una red de seguridad económica, social y familiar. Cuando devengas el sueldo mínimo, no tienes el privilegio de poder ver más allá de tus problemas. No son excusas, son realidades distintas.
Recientemente quedé con unos invitados extranjeros en un restaurante nuevo en la Zona Colonial. El concepto del lugar, con cientos de detalles resaltando la creatividad de nuestros pueblos, me entusiasmó inmediatamente. Como había llegado más temprano, me dieron un tour de cortesía. Cuando llegaron mis acompañantes, le pedí a la señorita que nos volviera a mostrar el establecimiento.
Mientras ella señalaba un elemento, yo iba traduciendo y ampliando las explicaciones para que ellos entendieran qué es y cómo se usa una teta de yute, cuáles son las diferencias entre los trajes y máscaras de carnaval y a qué región pertenece cada tipo, o el proceso de fabricación de las vasijas de higüero. Al terminar, la joven me dijo:“¿Dónde aprendiste a hablar inglés así? Yo quiero estudiar hotelería y necesito un segundo idioma”.
Hablo inglés así porque soy una privilegiada. En el círculo donde me muevo, todo el mundo habla inglés. En realidad, hablamos un spanglish perfecto. En este país donde el sistema educativo es tan deficiente, son las clases medias y altas las que pueden inscribir a sus hijos en colegios bilingües o en escuelas de idiomas. A la gran mayoría de las familias dominicanas el sueldo no les alcanza hasta final de mes, mucho menos para gastos adicionales. Quizás fue por eso que las declaraciones de Ligia Bonetti sobre el sueldo mínimo, descontextualizadas o no, levantaron tantas ronchas.
Privilegio es fajarte a lavar tu carro en época de sequía. Es dejar tu vehículo sobre la acera obstaculizando el paso al peatón. Es poder comprar leche de almendra, pan para celíacos y vegetales orgánicos. Pensar desde el privilegio es también hacer una recolección de firmas para que prohíban un segundo pasajero en los motores, sin pensar que, muy lamentablemente, el motoconcho es el principal medio de transporte de muchos dominicanos. Probablemente nos sintamos más seguros en el tapón, pero dejamos a un lado a los miles de dominicanos que no cuentan con vehículo privado para movilizarse. Si llegara a prohibirse, ¿resolvería esto el problema estructural de la inseguridad ciudadana? ¿No sería más factible exigir al gobierno que arregle, de una vez por todas, el colapsado sistema de transporte público?
Los pobres no son pobres porque quieren. Tampoco son tontos. Ni que no tengan deseos de superación, ni que no se esfuerzan lo suficiente. Digamos que en la carrera de la vida, llevamos mucha gabela, lo reconozcamos o no. Como dice el refrán, hay gente que nace en tercera y se cree que pegó un triple.
Una de mis metas personales es dejar de ver mis privilegios como derechos adquiridos. Porque cuando pensamos solo en base a nuestro propio privilegio, a nuestra propia experiencia, dejamos a un lado las necesidades de la mayoría para atender el beneficio de unos pocos. Acento.com.do

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