Cargamos el mulo con el grano
maduro del café recogido, bajo una tenue llovizna que comenzó en el mediodía.
Eran como la una de la tarde y la bestia, en la búsqueda del camino, tomó un
atajo llevándose por delante y arrancándola de cuajo, una impresionante mata
que más bien parecía un arbolito de infinitos bombillitos rojos; al ver la
tragedia, Tomás Cabrera grito consternado: "¡Ay Jesús, qué daño tan
grande!"
En medio del silencio que nos
sobrecogió a todos, se escuchó entre los árboles como un susurro del viento:
"¡To' soy yo, to' soy yo! ¿Acaso no vieron que fue el mulo que lo hizo?
¿Entonces por qué me acusan a mí?" Entre el susto recibido por la inesperada
voz, todos reímos de buena gana la ocurrencia del dueño del cafetal colindante,
Jesús Clase, que supervisaba su propiedad ese día de 1975.
La Biblia dice: ¿Quién acusará a los hijos de Dios? Cristo es el que
justifica. ¿Quién es que condenará? Cristo es el que murió; más aún, él que
también resucitó, él que además está a la diestra de Dios, él que también
intercede por nosotros." Romanos 8:33-34.
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