10 de junio de 2018

EL SECUESTRO DE JESUS DE GALINDEZ Y GLORIA VIERA

LA CONFIDENTE QUE SEDUCE A GALÍNDEZ

Por SEBASTIAN DEL PILAR SANCHEZ
En el curso del año 1955, la entonces Dirección Nacional de Seguridad del Gobierno dominicano incorporó a sus filas a la señorita Gloria Estebanía Viera Marte, una campesina de 21 años de edad, oriunda del pequeño pueblito “El Mamey”, de Puerto Plata, asignándole -dentro del servicio de inteligencia- la misión especial de seguir y monitorear en la ciudad de Nueva York las actividades que realizaba allí el refugiado español Jesús de Galíndez Suárez, quien se había declarado enemigo de Trujillo y estaba encabezando –con el apoyo de intelectuales y profesionales dominicanos, residentes en esa urbe- una campaña de denuncia sobre los robos y crímenes que se les atribuían al dictador en sus 25 años en el poder.
EL AUTOR es periodista, Reside en Santo Domingo.
La chica se encontraba entonces en Santo Domingo, de paso por el ensanche Luperón, donde residía una tía suya que estaba casada con un mayor de la Policía de apellidos Cruz y Féliz, y con su respaldo optimista había iniciado los preparativos para su viaje a la ciudad de los rascacielos y un proyecto de inversión de su primer salario en el alquiler o compra a largo plazo de una vivienda -cómoda y barata-, en el sector de Villa Mella, para mudarse allí junto a sus padres, según se pudo saber a través de su amigo José de Arco María González, de 50 años, residente en la calle Otilio Meléndez (Tunti Cáceres), en el Distrito Nacional.
Galíndez había llegado a la Gran Manzana el 31 de enero de 1946, instalándose en la célebre Quinta Avenida, en un área residencial denominada “Greenwich Village”, en el lado oeste del distrito de Manhattan, y sorprendió a la opinión pública -tan pronto pudo- con su ácido rechazo al régimen dictatorial trujillista, expuesto en conferencias en universidades y centros culturales, y en artículos periodísticos publicados en diarios locales y en las revistas Bohemia, Alderdi, Élite y Life, como el titulado “La opereta bufa de Trujillolandia”, que puso al descubierto las atrocidades de la dictadura.
Esta acción suya provocó que durante el otoño de 1946 el consulado dominicano en Nueva York decidiese anular su visado de entrada a Santo Domingo, al considerar que era un desagradecido por su condición de beneficiario de la «política migratoria humanitaria» de Trujillo, mediante la cual, en 1939 el país albergó a unos cuatro mil republicanos que huían de España tras la derrota sufrida en la guerra civil a manos del ejército del general Francisco Franco.
Galíndez había formado parte de esa legión de refugiados que pisó suelo dominicano el 29 de noviembre de ese año, teniendo él la buena fortuna de recibir un trato acogedor en la esfera pública, siendo enseguida invitado a incorporarse al personal docente de la escuela diplomática y consular de la Cancillería. 
Allí contó entre sus alumnos al joven Ramfis Trujillo, el hijo mayor del dictador, y obtuvo el apoyo oficial para  llevar su experiencia profesional a la cuatricentenaria Universidad de Santo Domingo y al Ministerio de Trabajo, donde se le asignó el puesto de asesor legal que desempeñó hasta el día final de su estadía en tierra quisqueyana.
La férrea actitud crítica de Galíndez mantendría en alerta a los confidentes trujillistas en los Estados Unidos, quienes tenían la información -que pasaron a sus superiores- de que el profesor vasco-español estaría concluyendo un largo escrito intitulado “La Era de Trujillo”, en el que recogía sus observaciones y experiencias de siete años de residencia en la República Dominicana.
Jesús de Galíndez.
Esa inquietante noticia llevó al gobierno de Héctor Bienvenido Trujillo a enviarle un emisario con una oferta metálica tentadora, a cambio de que entregara el documento elaborado y renunciase a su publicación en el futuro; pero para su sorpresa, éste rehusó aceptar el ofrecimiento y ratificó su voluntad de continuar su obra, que presentaría como tesis doctoral en la Universidad de Columbia,  donde -desde 1951- había sido contratado como profesor de las cátedras de Historia de la Civilización Iberoamericana y Derecho Público Hispanoamericano, a las cuales asistían numerosos alumnos que apreciaban sus dotes de intelectual y académico.
Luego de ese fracaso es que entra en acción la joven Gloria Estebanía Viera Marte, mejor conocida como “La Gogui”, a quien la inteligencia trujillista le encomendó la tarea de acercarse a Galíndez y procurar cautivarlo con su magia femenina. Era una chica de encendido pelo rojizo y bastante pequeña, pero poseía una personalidad singular  capaz de neutralizar el efecto visual negativo de su baja estatura. Su selección como confidente exclusiva para el caso Galíndez, se hizo motivando su notable sagacidad y su increíble parecido con una novia que tuvo el  español en la época en que fue profesor en la escuela diplomática y consular de la Cancillería, llamada Rosa Báez López Penha.
Antes de  viajar a Nueva York, La Gogui fue instalada durante mes y medio en una bonita suite del hotel Paz (Hispaniola) en la capital, donde casi siempre recibía de noche una llamada telefónica -de seguro orientadora- que le hacía el general Arturo Rafael Espaillat Rodríguez, un experto en seguridad que conocía mejor que nadie la ciudad de Nueva York, por haberse criado en ella, dominando a plenitud sus lugares más recónditos.
Este oficial era hijo de un médico vegano amigo de Trujillo, que estuvo durante varios años al frente del consulado dominicano, posibilitando con autoridad y logística que sus familiares conocieran bien esa gran metrópoli y asistieran a los mejores colegios neoyorquinos. El general pudo educarse en la afamada Academia de West Point, la mejor escuela militar del mundo, de la que egresó en 1945, convertido en el primer -y único dominicano en exhibir un título de ese centro de formación de cadetes.
Algún detalle extra sobre la estadía de La Gogui en el referido hotel podría encontrarse en la lectura de una crónica del diario El Caribe, de fecha 24 de marzo de 1964,  calzada con la firma del periodista Julio C. Bodden, que recrea bastante lo expresado en las primeras tres líneas del párrafo anterior y que, además, atribuye a este militar  la responsabilidad del costoso alquiler de la suite indicada, aunque sobra decir que esa instalación hotelera era propiedad de la familia Trujillo. José Abigail Cruz Infante

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