Rafael
Torres
En aquel pueblecito de apenas 15 o 20 mil habitantes, una
gran cantidad de hombres de todas las edades convergían todas las noches al
parque Presidente Trujillo, hoy Duarte.
Pocos ciudadanos tenían vehículos y la gran mayoría
transitaba a pie. Los coches eran tirados por caballos, era el medio de
transporte público y se alquilaban por servicios llamados "carrera".
Se movían al ser requeridos por quienes pedían el
servicio a través de algún muchacho de la familia quien iba al parque; (lugar
de estacionamiento de los coches), frente al bar Brahim.
De ahí, iban a la casa, por ejemplo al Central, allí
estaba el o los pasajeros quienes pedían ser llevados al cementerio y de allí
el cochero volvía a su estacionamiento en el parque.
Por todo este traqueteo el cochero cobraba 25 o 30
centavos. Una picada grande del cochero era cuando tres o cuatro clientes le
abordaban para ser llevados a la playa de Caleta o al Caletón, por este
servicio el cochero cobraba hasta un peso o peso y medio y si se garateaba quedaba
en un peso y peseta.
Los días de finados los cocheros hacían su base en la
noche frente al cementerio, para llevar de regreso al hogar a muchos que habían
ido a prender velas a sus deudos fallecidos, según costumbre.
Lo mismo cuando fallecía un miembro prominente de la
sociedad; Quienes asistían al entierro seguían el séquito a puras paticas desde
el hogar del difunto a la iglesia y desde allí hasta el cementerio, a puro
solazo del día y con saco, corbata y sombrero, según costumbre en los hombres y
en las mujeres trajes negros y montadas en zapatos de taco alto, ¡carajo!
Al borde del medio día era justo el regreso a casa en un
flamante coche por el costo de una peseta o treinta cheles.
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