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10 de febrero de 2019

Tomás Moro, un abogado ejemplar

La experiencia como jurista nutrió buena parte de sus reflexiones éticas y políticas

José Gómez Cerda
Dedicado a los abogados dominicanos.
Tomás Moro fue un político y gobernante en el siglo XVI, en Inglaterra; también es un modelo de abogado, que debiéramos conocer en su profesión.
Erasmo de Róterdam calificó a Tomás Moro como hombre para todas las horas y se ha dicho que por su ejemplo es abogado para todos los tiempos.
Tomás Moro, más allá de su obra Utopía, fue un abogado admirado y un juez aclamado, que a diferencia de altísimos cargos jurídicos modernos, no se dejó seducir por los cantos de sirena de dignidades regias ofrecidas por Enrique VIII, y el precio que pagó por no dar su juramento y bendición jurídica a una nulidad matrimonial contra el derecho vigente en su vida.
La película Un hombre para la eternidad, filmada en 1966, de Fred Zinnemann, refleja espléndidamente la tensión entre principios y creencias religiosas frente al poder del monarca y nobles que le sostienen.
Es necesario transportarse a un tiempo en que la ley, el poder y el pueblo se enzarzaban en sobrevivir a costa de los otros: descubriremos que ni la abogacía ni las insidias políticas actuales están tan lejos de aquellos sucesos. ¡No está de más una mirada al pasado!
Las habilidades de abogado de Tomás Moro lo llevaron al servicio público, como diplomático, como encargado de administrar justicia en la ciudad de Londres, como parlamentario, y miembro del Consejo del Rey, hasta llegar al más alto cargo del reino como Lord Canciller de Inglaterra. ¡Fue el primer laico en ocupar este alto puesto!
El deseo de Enrique VIII de disolver su matrimonio con Catalina y casarse con Ana Bolena sería el inesperado accidente que desviaría al reino de Inglaterra de la unión con la Iglesia de Roma, para terminar dentro de la órbita del movimiento de la Reforma iniciado por Lutero.
Moro, sin incurrir en temeridad o precipitación, renunció a su cargo y pretendió retirarse de la política para dedicarse a la familia y a su devoción. Pero su silencio era demasiado elocuente para un reino que veía en el gran abogado y juez la representación de la rectitud y la integridad moral.
Compelido a jurar las leyes que legitimaban el nuevo matrimonio del rey y su nueva calidad de jefe supremo de la Iglesia inglesa, se negó a hacerlo invocando que su conciencia no le permitía tal proceder. Fue juzgado y condenado por traición y ejecutado por decapitación el 6 de julio de 1535.
Como abogado, uno de sus más eminentes biógrafos afirmó que «tenía condiciones para la actuación, era un excelente orador, manejaba los recursos de la retórica y la argumentación, pudiendo mirar un problema desde distintos puntos de vista y sin comprometerse desde un comienzo con una sola solución, era además amante de la ley y del orden y de una severa pero compasiva justicia».
En Tomás Moro el abogado estuvo muy metido en su propia personalidad, desde que mezclaba condiciones de actuación, negociación, argumentación en pro y en contra de una determinada situación y un exquisito sentido práctico. Pudo llegar a ser agresivo y mordaz, o suavemente persuasivo, pero siempre convincente.

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