Por Efraín Enrique
Santana
No recuerdo la
primera vez que la vi. Pero ella rondaba los trece años y yo los quince.
Nuestro encuentro fue una jugada del destino. Un buen amigo tenía su novia que vivía
exactamente frente a su casa. Junto a mi amigo empecé a frecuentar esa casa, me
hice amigo de la familia y sin darme cuenta me vi formando parte de un grupo de
jóvenes que habíamos convertido el lugar en su “casa club”.
Allí nos reuníamos
todos los días de la semana, sábados y domingos incluidos. Con el tiempo mi
amigo rompió su relación con su novia, pero eso no alteró en lo mas mínimos mis
continuas visitas a la casa de su ahora ex-novia.
No se cuando me di
cuenta que esa niña se estaba convirtiendo en una bella joven. Yo seguía
tratándola como parte del grupo y no le prestaba especial atención. Era casi
tres años menor que yo y la veía tan tierna. La encontraba hermosa pero hasta
ahí. Nunca se me ocurrió que podíamos llegar a ser algo mas.
Recuerdo aquel día
cuando inesperadamente una amiga de ambos, sin previo aviso dejó caer la bomba.
Me dijo: “ella te quiere, está enamorada de ti”. Entre sorprendido y halagado,
mientras me recuperaba de la sorpresa solo acerté a preguntarle: “¿estás segura
de lo que dices?”. Su respuesta fue simple: “claro que estoy segura. Todos en
el grupo lo sabemos. Pero ella nos pidió que le guardáramos el secreto”.
A partir de ese
momento empecé a verla diferente. No lo podía creer. La mas bella de todas
estaba enamorada de mí. No se como ni cuando exactamente empezamos a tomarnos
de las manos. Lo que si recuerdo fue ese primer beso, recostados sobre una
máquina de coser en casa de una vecina. Esa imagen no se ha diluido con los
años. Sigue en mi como el primer día.
Fueron tiempos de
felicidad plena. Nuestro romance era el romance del barrio. Todos compartían
con nosotros los momentos felices y los no tan felices. Enojos y
reconciliaciones eran motivos de conversación de jóvenes y mayores. Y así
durante años disfrutamos los momentos y las emociones de esa primera relación.
Pero luego las
cosas empezaron a cambiar. El inicio de mis estudios universitarios en la
capital puso distancia (e interrogantes) entre nosotros y nuestros encuentros
disminuyeron. Tengo que confesar que mi nueva vida en la capital trajo consigo
nuevas amistades y nuevas emociones. A eso se le agregó mi salida del país a
continuar estudios en Europa. En un momento y sin darme cuenta había terminado
mi noviazgo. Sin decir palabras. Sin un adiós. Durante los siguientes cuatro
años mientras residía en el extranjero no hubo contacto alguno. Mis
prioridades, mis relaciones, mis metas habían cambiado radicalmente, hasta
que...
Un verano vienen a
visitarme a Madrid mi madre y mi hermana. Debo señalar que la relación de ella
con mi familia continuó a pesar de nuestro distanciamiento, especialmente con
mi hermana. Luego de los abrazos, risas, historias, me dice muy entusiasmada mi
hermana: “Te traje un regalo” mientras me pasaba un pequeño álbum de
fotografías. Lo tomo, lo abro y oh! sorpresa... ¡todas las fotos eran de ella!
En la playa, en el
viejo San Juan donde ahora vivía, en la casa... cada foto que miraba era como
un despertar a los sentimientos que creía habían muerto pero que en realidad
permanecían dormidos en mi corazón. No me cansaba de ver las fotos, una a
una... una y otra vez. Sentí que mi amor por ella volvía a renacer, que esa
semilla de amor por ella había permanecido maliciosamente escondida dentro de mí
y que estaba aprovechando la ocasión no tan solo para germinar sino para brotar
y crecer. Para que todos la vieran.
No los voy a
cansar extendiéndome demasiado. Al momento del regreso de mi madre y hermana
para Santo Domingo fui a despedirlas al aeropuerto de Barajas. Tenían que hacer
parada en San Juan, PR donde ella ahora estudiaba. Les dije: “Díganle que en
diciembre voy para Puerto Rico a casarme con ella. Recuerdo a mi madre
diciéndome: “¿Tu estas seguro? ¡No me vayas a hacer una de las tuyas!”. Cuando
le respondí que estaba seguro mi madre se dio cuenta de que hablaba en serio.
A mediados de
diciembre cuando llegue a San Juan allí estaba ella en el aeropuerto
esperándome. No hubo explicaciones. No hubo reproches. No eran necesarios. Con
un beso sellamos nuestro futuro junto. Tuvimos unas navidades maravillosas... y
el seis de enero, día de los Santos Reyes nos casamos... y desde entonces hemos
permanecimos juntos y así permaneceremos hasta el fin de nuestros días.
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