Por: Lic. Eduardo
Valcárcel Bodega - eduardo.valcarcel@newlink-group.com;
Las encuestas se han
vuelto una herramienta de investigación común a todo lo largo de la Sociedad.
Desde empresarios, organismos públicos, iglesias, ONG’s, medios de
comunicación, hasta los políticos la han vuelto una vía rápida de recopilar
datos a través de un grupo de preguntas estandarizadas, dirigidas a un segmento
en particular que sea representativo de la población y cuidando los márgenes de
error, con la finalidad de conocer opiniones, posicionamientos, percepciones o
ideas sobre propuestas específicas.
Las encuestas se han
vuelto una herramienta de investigación común a todo lo largo de la Sociedad.
Desde empresarios, organismos públicos, iglesias, ONG’s, medios de
comunicación, hasta los políticos la han vuelto una vía rápida de recopilar
datos a través de un grupo de preguntas estandarizadas, dirigidas a un segmento
en particular que sea representativo de la población y cuidando los márgenes de
error, con la finalidad de conocer opiniones, posicionamientos, percepciones o
ideas sobre propuestas específicas.
Para alcanzar estos
resultados hoy tenemos a mano diversas técnicas que van desde las presenciales
como las entrevistas o focus groups, las telefónicas vía operadores o sistemas
automatizados para esos fines, hasta las que usan redes sociales o plataformas
digitales. Todo depende del presupuesto disponible, el tiempo en que queremos
los resultados, las muestras, el margen de error con que podemos operar y la
vía más efectiva para captar la información que buscamos.
Hay corrientes que
piensan que los resultados de las encuestas son “fotografías” de un momento en
específico y que deben tomarse como referencias no como realidades escritas en
piedra. Hay otras corrientes que entienden que las encuestas pueden influir en
el comportamiento y decisión de los encuestados, y le brindan un gran espacio o
poder a la hora de la toma de decisiones.
Siendo objetivos, las
encuestas son herramientas para medir opiniones y percepciones, y los
dominicanos nos hemos acostumbrado a ellas todo el año y sin descanso, gracias
a las grandes marcas que siempre buscan retroalimentación de sus consumidores,
de las empresas de servicio y de consumo, de organismos públicos, y en años
electorales a la guerra de encuestas políticas.
Lo bueno de contar con
sistemas de encuestas – políticas o no - es que toda decisión se podrá tomar de
forma más informada, con mayor control de riesgos, con conocimiento de lo que
nuestras audiencias piensan, siendo más precisos en los mensajes, trabajando
las percepciones negativas o buscando modificar comportamientos, comprobando si
los ajustes que hemos aplicado van surtiendo efecto, entre otras ventajas.
Lo malo es que como
humanos, en ocasiones cuesta trabajo aceptar los resultados, más si son negativos
o en el lado adverso nos hacen creer una realidad muy positiva que este lejos
de la realidad. De igual forma, pueden existir errores muestréales, se puede
generar confusión por diseño o presiones, se puede caer en la difamación o se
puede desatar “una guerra” que lleve a escenarios más complejos.
La realidad es que muy
pronto empezaremos a ser bombardeados por un sinnúmero de encuestas políticas,
redobladas en 2019. Unas publicadas por algunos medios de comunicación, otras
de los mismos partidos o los candidatos, y otras de firmas reconocidas que usan
las plataformas multimedios para darlas a conocer y discutirlas con sus
seguidores. Todas ellas tratan de mostrar quien lleva o no la ventaja, las
preferencias del electorado, las valoraciones de los funcionarios actuales o
los mayores retos que enfrentan los candidatos, y como los resultados son
variables vemos las reacciones a favor y en contra de aquellos que compiten por
estas posiciones, sumado a opiniones muchas veces subjetivas que procuran
mermar credibilidad o resaltar aún más dichos resultados.
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