Por Rosario
Espinal
No son novatos, gobernaron de 1996 al 2000. No son
incapaces, se formaron con Juan Bosch, hombre de aguda inteligencia. Volvieron
al poder en agosto de 2004 con un amplio apoyo electoral, en medio de una
crisis económica e institucional. Prometieron la modernidad, pero no han sido
capaces de dar el salto para guiar la nación hacia el progreso real que se mide
con desarrollo social.
¿Qué esperan los peledeístas para cambiar el rumbo del
país? ¿O piensan ordeñar la vaca hasta secarla? No falta mucho; el
endeudamiento va alto y cada día los problemas se agudizan.
Comencemos con uno medular: el crecimiento poblacional.
De 1970 a la fecha, la población dominicana se ha más que duplicado; pasó de
unos 4.5 millones a alrededor de 10 millones en la actualidad. Solo eso
significa un inmenso desafío.
En un país muy desigual y de geografía pequeña, un
aumento poblacional de esta magnitud debería motivar una política coherente de
reducción de la natalidad y control migratorio. ¡Pero no! Se hace poco. Aumenta
la población. La tarea es apremiante y requiere acción conjunta de diversas
instituciones públicas como educación, salud, migración y fuerzas armadas.
Todas ineficientes en lograr sus metas.
Las precariedades de vida de la población, producto de
los bajos salarios, la baja calidad de los servicios sociales y los procesos
inflacionarios cíclicos, debería ser foco de atención. ¡Pero no! La economía
dominicana se ha caracterizado históricamente por la abundancia de mano de obra
barata no calificada, y por los extensos beneficios fiscales otorgados al empresariado
para que tenga grandes ganancias sin mejorar sustancialmente su productividad
ni su competitividad.
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