Voces y ecos
RAFAEL PERALTA ROMERO
rafaelperaltar@gmail.com
El pensamiento de Juan Pablo Duarte conserva
plena vigencia. En lo político, en
cuanto a la organización del Estado, en la relación con el vecino Haití o en lo que respecta a la aplicación de la
justicia, el ideario duartiano
ostenta toda su lozanía. De no
ser así será que nuestros males han variado
poco en los últimos dos siglos. O
quizá son los mismos.
Junto a su
ejemplo de entrega sincera al bien colectivo, el pensamiento de
Duarte es su más preciado legado. Su sentido de justicia y equidad, como su
doctrina de moral política, claman por
ser tomados en cuenta. Debería resonar en nuestra conciencia su advertencia:
“Mientras no se escarmiente a los traidores como se debe, los buenos y
verdaderos dominicanos serán víctimas de sus maquinaciones”.
Hoy, a los 205
años de su nacimiento, su nombre estará de boca en boca, y sobre todo saldrá de
aquellos a quienes el patricio llamó
“facción miserable” que se opone al
deseo de bienestar del pueblo. Esa “facción miserable” sustrae los bienes del
pueblo, y mientras ellos viven en el
lujo y el derroche, la mayoría
padece todo género de calamidad y
precariedades.
Han quebrantado toda ley y toda ética con el propósito
de acumular riquezas. Andan podridos en dinero y borrachos de poder, pero aun
quieren más. Alaban a Duarte de palabra, pero
en medio de sus orgías se burlan de él y de quienes como él aspiran a ver al pueblo dominicano feliz y
tranquilo, libre del hambre, de la insalubridad y de la violencia que azota a
toda hora.
La “facción miserable” ha corrompido las
instituciones, sobre todo la justicia y los medios de comunicación. Han traicionado la confianza de la gente.
Ahora es poco lo que se puede hacer para someterlos al orden, pues
obran para retorcerlo todo, para
vulnerarlo todo. Los reclamos del
pueblo contra la corrupción y la
impunidad tienen su base en hechos reales.
Su afán de lucro los ha llevado a conspirar contra la
soberanía y contra el honor patrio, contra la salud del pueblo, contra la
estabilidad de la familia y contra la democracia. Por eso
merecen la calificación de
traidores, y la suya es alta
traición. En el siglo XIX, traidores serían, entre otros, Pedro Santana y
Buenaventura Báez, pero la historia no termina
ahí. Hay nuevos nombres.
Ojalá esa gente no
tomara en su boca el nombre del
fundador de la República Dominicana. Más bien pudiera prestar oídos al patricio
que repite: “Mientras no se escarmiente
a los traidores como se debe, los buenos y verdaderos dominicanos serán
víctimas de sus maquinaciones”. Y someterse a juicio.
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