El Cañero

20 de diciembre de 2019

El amor devoto de madre


Ylonka Nacidit Perdomo
Santo Domingo.- Historia de un alma. Así tituló Santa Teresita del Niño Jesús (1873-1897) su autobiografía, y recordando este hermoso libro creo que, quizás, es en la Navidad y, en víspera de la celebración del nacimiento del Niño Jesús, la época más propicia para contarles la historia de dos almas, la de mi mamá Altagracia Esthel Sánchez Solá (1934-2019) y  la mía.
Mi alma está llena de recuerdos desde mi infancia junto a ella. por más de cinco décadas, y de sus memorias que atesoro como un legado ad infinitum, porque al no tenerla ahora mi alma ha vuelto a ser infantil, y navega de nuevo entre el principio de la vida, el fluir del agua, como si estuviera en su vientre, esperando ver la luz, para conocer qué es el amor-devoción de una madre; ese amor que es, que nace, como la naturaleza cuando es primavera: radiante, extrasensorial, eterno, porque sonríe y, aun cuando estamos expuestos a ir y venir por el mundo, perdona hasta lo imperdonable.
Experiencia personal
El amor devoción maternal se consagra a nosotros para cuidarnos a perpetuidad (en la vida y, aún después de la muerte), siendo éste el primer misterio de ese amor. Sabemos además que está ahí, siempre ahí, hecho virtud, constante entrega.
El "amor devoción existe también de hija a madre, y este es mi caso. A mi mamá me unía, desde niña, un ´amor devoción esencialmente especial que nos comunicábamos a través del alma, y que se hacía hermoso por el contacto de nuestras miradas.
No necesité, ni necesitaba, ni requerí -así lo afirmo- conocer otro amor o manera de amar. Era ese el que quería, el que me llenaba, el que me colmaba emocionalmente, el que me hacía capaz de confiar en los posibles planes de la existencia; era el que me alentaba y, me hizo levantar de mis tropiezos y errores.
Ese ´amor devoción hacia mi mamá es el que me ha dado la felicidad plena; es el amor que no me dio sobresaltos en el alma. Fue el que me hizo ir conociendo el privilegio celestial de tener a una madre con dones espirituales excepcionales. Lo tuve desde siempre, y siempre es una vida completa al lado de ella, hasta envejecer juntas, y aprender -ya en mi adultez- lo que ella esperaba de mí pacientemente, que era dos cosas:  hacerme fuerte y, aprender a creer.
Ahora que ella no está, comprendo que la muerte es nacer en el cielo; conducir el alma a otro orden espiritual, a un saber puro, que como creyente he llamado providencia celestial de la bienaventuranza ante lo divino; que es un llamamiento a nuestro corazón de arcilla para que emprendamos un viaje en silencio, cuando los demás advierten que el soplo de la vida se nos fue, porque desfallecemos, y somos el recuerdo de una existencia con un nombre.
Cuando las almas hacen el tránsito hacia lo eterno, los que quedamos aquí, en el mundo, nos afligimos y, es natural. Derramamos lágrimas. Cuando esas lágrimas se dejan correr por las mejillas, como tributo por la partida de la madre, las lágrimas del hijo o de la hija que siente por ella ´amor devoción se convierten en rocíos celestiales sobre las rosas que se ofrendan ante su cuerpo inerte.
Mi madre adoraba las rosas y sé por qué. Una rosa tiene la forma de una corona al abrir sus pétalos; por eso la Santísima Virgen María, de quien era devota, desde su primera representación en el siglo XII, sostiene sobre su cabeza una corona, que simboliza la fecundidad misma de la creación desde el principio del verbo.
Y es por esto que cuando las madres inician su viaje al infinito reciben, por intermedio de la Virgen, una corona de rosas, porque ellas han entregado al igual que María a su hijo Jesús, el ´amor devoción, y el anhelado beso de consagración a la Santísima Trinidad, a través del Espíritu Santo, que solo la mirada del inocente siente.
La muerte es eso, vuelvo a repetirme: nacer en el cielo, e ir allí a cultivar rosas que como capullos vendrán a esta tierra con el ropaje de los ángeles, siendo niños que se hacen tesoros al nacer para las madres que aman con ´amor devoción.
Ahora, mi madre duerme al lado de la Majestad Divina, Dios. Sé que está en un jardín. Ella tuvo como Santa Teresita del Niño Jesús, el encanto de una vida primaveral, luminosidad en sus palabras, claridad de ideas aprendidas del libro divino del corazón de su madre espiritual: la Virgen María.

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