MIGUEL ÁNGEL FORNERÍN [mediaisla] El dominicano se enmascara en su propia realidad para no verse a sí mismo como es realmente, sino como otro que no tiene concreción. ¿De cada peso que sale para un proyecto de construcción, para las escuelas y hospitales, cuánto se queda en las manos de los funcionarios?
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Tal vez el único periodo de la historia dominicana en que se han unido saber y poder, conocimiento y acción económica ha sido en las postrimerías de la Restauración y cuando dejamos atrás los intentos anexionistas de Buenaventura Báez. Cabe a la revolución de 1873 el pináculo de las ideas liberales en el país. El periodo posterior a la muerte de Ulises Heureaux que había desatado grandes expectativas, que Joaquín Balaguer configura en Los carpinteros (1984), es el escenario reciente de la idea de Américo Lugo al hacer un análisis clasista de la realidad dominicana.
La ausencia de una clase media que motorice los cambios democráticos, que organice el Estado de manera que la democracia representativa encuentre cabida; porque para eso hay que prever, organizar y tener ideales trascendentes (José Ramón López). Y para Américo Lugo no existían esas condiciones. En el ágora flotaban muchas ideas, en la República actuaba el personalismo y el caudillismo, lo veía López en la célula mínima de nuestro ordenamiento social: en el alcalde pedáneo.
La desintegración de los consensos sociales y políticos que se dieron luego de la Restauración que posibilitaron la organización de las ínsulas interiores, las fracturas entre el caudillismo tradicional y nuevas formas de negociar de la clase media con los grupos internacionales desarticularon lo poco que se había avanzado en procura de la construcción de una sociedad democrática.
Es aquí donde hay que encontrar los lamentos de los escritores que Joaquín Balaguer y Héctor Incháustegui Cabral, como editor, van a enmarcar dentro del pesimismo dominicano. Discursos que pueden ser vistos como la imposibilidad de pensar el país desde una postura optimista. Lo poco que había de clase media comercial y de clase pensante fue destruido durante la dictadura de Trujillo; ella crea prácticas en las que el sujeto se rinde al Estado sin condiciones.
Desde ahí el dominicano ha buscado la manera de salvarse solo. Sin que las ideas generales de conformación nacional le importen. El dominicano crea un no sujeto que actúa para salvarse dentro del naufragio de las ideas fundacionales; es incapaz de poner por encima de sus aspiraciones personales una sola idea que implique el triunfo del proyecto social, del proyecto colectivo en el que está obligado a actuar.
De esto se desprende que refundar la República o modernizar las instituciones sean acciones todavía fútiles. Trujillo creó una ideología de la simulación. Pienso que todas las dictaduras la crean. El dominicano se enmascara en su propia realidad para no verse a sí mismo como es realmente, sino como otro que no tiene concreción. A la muerte de Trujillo, Joaquín Balaguer sabedor de todo lo que decimos, creó unos cuantos millonarios y con ellos mantuvo las luchas sociales entre los distintos grupos de la pequeña burguesía y abrió un espacio nuevo para la clase media. En el discurso nacionalista de Balaguer, que construye en sus libros El cristo de la Libertad (1956), sobre Juan pablo Duarte y El centinela de la frontera (1962) sobre Santana y Antonio Duvergé, desfila en su oratoria en procura de un referente que le permitiera cohesionar la República frente a los amigos y enemigos externos.
Sin embargo, el nuevo modelo fracasó y la clase media tomó el control del país. Una nueva clase media que ya no buscaba los bienes económicos que le dieron fuerza en el corte de madera, en la exportación del campeche, en el café y el tabaco, que se exportaba a Alemania, sino que era una clase media que buscaba ensancharse a través de la política, del uso y el abuso del Estado-nación.
Ya Trujillo había aprendido de Lilís que los proyectos políticos son en nuestro país plataformas económicas. Heureaux intentó crear el suyo propio. Y hasta en determinado alcance lo obtuvo. Trujillo logró, por su parte, independizarse de la clase oligárquica nacional y extranjera. Bosch piensa que fue una respuesta personal a la clase rancia (1959). Pero lo logró a sangre y fuego. De tal manera que ya a su muerte había aplacado casi por completo toda resistencia y era el dueño de la República como lo era de la hacienda Fundación.
Una fracción de la clase media, que se funda a partir de la muerte de Trujillo, tiene las improntas de cambiar el régimen democrático por una dictadura de izquierda. Y en esa encerrona se maneja por casi veinte años; pero lo que estaba en el fondo y ha sido permanente es su ensanchamiento a través de los poderes del Estado, la clase política que la representa es justamente una clase personalista que no tiene miras nacionales: su meta es, como diría Juan Bosch, competir con la clase burguesa. Algo contrario a los países centrales: la clase media actúa para fortalecer a la clase burguesa. Es su intermediaria. Aquí es su competencia. Una prueba de lo que digo se encuentra en la forma en que los bienes de los Trujillo pasaron a manos privadas y los que no, fueron administrados a favor de los representantes de la nueva clase.
La clase media tuvo su gran pérdida en la década de los ochenta. Pudo el país reconvertir su modelo económico en la década siguiente. Ella se enganchó. Comenzó a demandar bienes y servicios. Pero no ha creado las empresas, ni el ordenamiento que permitan que el país pueda reducir el Estado como ente protector, redentor de los pobres. No ha podido reducir el gigantismo estatal, porque es el Estado la fuente de riquezas de la clase media representada en los partidos políticos actuales. ¿Cuál es el peso de la corrupción política? ¿De cada peso que sale para un proyecto de construcción, para las escuelas y hospitales, cuánto se queda en las manos de los funcionarios?
Con el desarrollo de las tecnologías, la mano de obra ya no será tan necesaria para producir. Los actores económicos emplean menos personas. Con el aumento de la deuda pública, el Estado estará obligado a reducir sus nóminas, porque una vez más, el poder financiero internacional le empujará, como lo hace en Europa, a disminuir sus gastos. A deshacerse de todo entendido de bienestar. Pero la caída de la clase media será dolorosa para la clase comercial. Hemos construido una sociedad insostenible. Si no hay empleos y buenos sueldos no se aumenta el consumo y el comercio. Y no hay impuestos porque el aumento de los impuestos ahoga la clase media. Las contradicciones del orden económico mundial conspiran. Y no se hace imperativo leer a Piketty para saberlo.
¿Puede el entramado social y político establecido por la clase media actual mantenerse más allá de un ciclo económico de crisis? Otros asuntos que al parecer se han quedado como agenda pendiente: la educación en todos sus ciclos, el problema de la salubridad, la innovación comercial, la puesta al día en los desafíos tecnológicos… y esto será de gran importancia, porque sin un entramado que ligue el saber y el poder, no hay posibilidad de salir y generar cambios sustanciales que nos permitan estar delante en un mundo que, gracias a las comunicaciones, vive a una velocidad que ya el dominicano, parece muy lejos de alcanzar.
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MIGUEL ÁNGEL FORNERÍN (Higüey, RD). Departamento de Estudios Hispánicos de la UPR Cayey, es autor de Ensayos sobre literatura puertorriqueña y dominicana (2004), Entrecruzamiento de la historia y la literatura en la generación del setenta (2009), Las palabras sublevadas (2011) y Los letrados y la nación dominicana (2013), entre otros.
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