Archivo del blog html

4 de noviembre de 2016

El cliente privilegiado

RAFAEL PERALTA ROMERO
rafaelperaltar@gmail.com
Un hombre departía alegremente con amigos en el primer nivel de una elegante plaza comercial.  De repente, alguien habló a su espalda y rápidamente el hombre se percató que era consigo. “Usted se estacionó en el segundo parqueo”. Hablaba un agente de seguridad de la plaza. Más que preguntar, afirmaba.
 “Sí”, respondió el hombre sorprendido, a la vez que esperaba más detalles: marca y color del vehículo, por ejemplo. Pero el guardián no aportó  referencia alguna.
 “Tiene que mover el vehículo, está mal parqueado”, dijo el guardián. “Pero ¿cómo usted sabe que es mi vehículo?”, insistió el cliente. Alguien –no el gendarme- respondió: “Es la cámara, amigo, la cámara te siguió”.
El hombre caminó humildemente hacia el segundo nivel, decidido a cambiar su auto de lugar. Una vez allí se enteró de que  el amplio espacio en el que permanecía  el vehículo no estaba destinado a colocar automóviles. Entendió su error.
Lo difícil de entender fue la sorpresa de  encontrar su carro con un grueso anillo de metal colocado en una de las llantas para inmovilizarlo. Y apareció un segundo  miembro de la seguridad, más  explícito que el primero, quien explica que el cuadro donde estaba  el vehículo realmente no era un estacionamiento.
-Bien, señor, vine a moverlo, pero ¿quién le quitará ese obstáculo? –Ya viene el supervisor, responde.
Efectivamente, llega un tercer hombre de seguridad. Antes de que iniciara el discurso justificativo de la persecución,  el cliente se adelantó para decirle: “Ya sé todo, subí a mover mi vehículo, ahora necesito que le quiten eso para cumplir la orden de moverlo”.
El supervisor, con mal disimulada altanería, le advirtió al cliente de la plaza que se le estaba haciendo un favor porque esa infracción conllevaba una multa de dos mil pesos (RD$2,000.00). Liberarlo sin el pago era una exención.
Cuando liberaron el vehículo de la amarra metálica, el hombre se dispuso a buscar otro  espacio, libre de impedimentos, para ponerlo. No le dijo nada al supervisor, sino que quiso ver al diestro gerente que cuenta con las facultades de legislar y de juzgar (pone multas) y que dispone de un cuerpo represivo para hacer cumplir sus dictámenes. 
Al reintegrarse al lugar donde estaban sus amigos, contó lo sucedido. Uno de ellos, que es abogado, atinó  decir: “Que me lo hagan a mí y verán que los demando ante los tribunales”.

El hombre mal estacionado a quien concedieron el privilegio de eximirlo de una penalidad o medida de coerción  de dos mil pesos, es el autor este escrito. La plaza: Ágora, en avenida Abraham Lincoln, Santo Domingo.

No hay comentarios: