RAFAEL PERALTA
ROMERO
rafaelperaltar@gmail.com
Un hombre
departía alegremente con amigos en el primer nivel de una elegante plaza
comercial. De repente, alguien habló a
su espalda y rápidamente el hombre se percató que era consigo. “Usted se
estacionó en el segundo parqueo”. Hablaba un agente de seguridad de la plaza.
Más que preguntar, afirmaba.
“Sí”, respondió el hombre sorprendido, a la
vez que esperaba más detalles: marca y color del vehículo, por ejemplo. Pero el
guardián no aportó referencia alguna.
“Tiene que mover el vehículo, está mal
parqueado”, dijo el guardián. “Pero ¿cómo usted sabe que es mi vehículo?”,
insistió el cliente. Alguien –no el gendarme- respondió: “Es la cámara, amigo,
la cámara te siguió”.
El hombre caminó
humildemente hacia el segundo nivel, decidido a cambiar su auto de lugar. Una
vez allí se enteró de que el amplio
espacio en el que permanecía el vehículo
no estaba destinado a colocar automóviles. Entendió su error.
Lo difícil de
entender fue la sorpresa de encontrar su
carro con un grueso anillo de metal colocado en una de las llantas para
inmovilizarlo. Y apareció un segundo
miembro de la seguridad, más
explícito que el primero, quien explica que el cuadro donde estaba el vehículo realmente no era un
estacionamiento.
-Bien, señor, vine
a moverlo, pero ¿quién le quitará ese obstáculo? –Ya viene el supervisor,
responde.
Efectivamente,
llega un tercer hombre de seguridad. Antes de que iniciara el discurso
justificativo de la persecución, el
cliente se adelantó para decirle: “Ya sé todo, subí a mover mi vehículo, ahora
necesito que le quiten eso para cumplir la orden de moverlo”.
El supervisor,
con mal disimulada altanería, le advirtió al cliente de la plaza que se le
estaba haciendo un favor porque esa infracción conllevaba una multa de dos mil
pesos (RD$2,000.00). Liberarlo sin el pago era una exención.
Cuando liberaron
el vehículo de la amarra metálica, el hombre se dispuso a buscar otro espacio, libre de impedimentos, para ponerlo.
No le dijo nada al supervisor, sino que quiso ver al diestro gerente que cuenta
con las facultades de legislar y de juzgar (pone multas) y que dispone de un
cuerpo represivo para hacer cumplir sus dictámenes.
Al reintegrarse
al lugar donde estaban sus amigos, contó lo sucedido. Uno de ellos, que es
abogado, atinó decir: “Que me lo hagan a
mí y verán que los demando ante los tribunales”.
El hombre mal
estacionado a quien concedieron el privilegio de eximirlo de una penalidad o
medida de coerción de dos mil pesos, es
el autor este escrito. La plaza: Ágora, en avenida Abraham Lincoln, Santo
Domingo.
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