Redacción El Caribe
El ajusticiamiento del tirano Trujillo a manos de un grupo de conjurados
que se jugaron la vida, basados en su convicción de que había que poner fin a
esa etapa ignominiosa a la que estuvo sometido el pueblo dominicano, es un
hecho trascendente para la historia del país.
Desde aquella fecha se inauguró el comienzo de una democracia que ha
transitado por periodos difíciles y aun hoy no termina de alcanzar su plenitud,
pero siempre será reconfortante recordarla como el inicio de una marcha
irreversible hacia la democracia.
Alguien escribió una vez que los pueblos que olvidan su historia están
condenados a repetir siempre los mismos errores, y más porque han existido
desde siempre los que juegan a instalar el olvido.
A eso se suma que hay, por falta de conocimiento, de información, de
educación y tantas otras carencias, una especie de confusa nostalgia respecto a
los años de esa dictadura, como si hubiera sido una especie de época dorada
para los dominicanos.
Nada más lejos de la realidad; el analfabetismo se extendía a más de la
mitad de la población, las familias estaban expuestas al accionar de los
informantes del régimen, los tristemente célebres “caliés” que estaban
diseminados por todas partes y eran los oídos y tentáculos de la tiranía.
La libertad es una vocación irrenunciable de los pueblos, pero no es
posible conservarla si no se está dispuesto a luchar por ella.
Es imposible el progreso colectivo sin tener la facultad de elegir, de
trabajar, de reclamar derechos, de exigir que los gobiernos cumplan sus
obligaciones, lo que no era posible durante los 31 años de oscurantismo.
Se cumplen hoy 62 años del ajusticiamiento del sátrapa, con la necesidad
de que las nuevas generaciones tengan presente esa fecha, para fortalecer los
cimientos de la democracia y continuar diciendo nunca más a todas las tiranías.
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