El Cañero

30 de mayo de 2020

LA MUERTE DE ISADORA DUNCAN O EL CASO DE 'FASHION VICTIM' MÁS DURO DE LA HISTORIA

Hace 143 años del nacimiento de la bailarina que sufrió la muerte más espectacular y simbólica del siglo XX.
(Extracto)
POR IANKO LÓPEZ – Vanity Fair
Isadora Duncan fotografiada en mayo de 1922, cinco años antes
de su muerte. © HENRY GUTTMANN/GETTY IMAGES
Pocos saben en qué consistió exactamente la aportación de Isadora Duncan a las artes escénicas, pero muchos recuerdan que acabó sus días estrangulada por su propio pañuelo.
Al final del verano suele hacer fresco cuando anochece en la Costa Azul. Eran cerca de las 10 de la noche del 14 de septiembre de 1927, y en el Paseo de los Ingleses de Niza se escuchaban música y risas, que era lo que tocaba en aquel lugar y aquellos tiempos de alegre despreocupación. Un Amilcar CGSS –un automóvil pequeño, con más estilo que potencia–, se detuvo frente a uno de los elegantes edificios del paseo, y a él se subió una mujer de cincuenta años, vestida de rojo, con un larguísimo foulard de seda del mismo color rodeando su cuello y ondeando a su paso.
Aquella dama que se manejaba con ademanes gráciles y teatrales era Isadora Duncan, la misma que décadas antes había revolucionado la danza al encontrar una alternativa a los rigores del tutú, las puntas y los juanetes de las bailarinas clásicas. Sus grandes triunfos escénicos quedaban muy atrás, y por entonces atraía la atención del público sobre todo por las excentricidades y la vida disipada que la prensa se encargaba de airear. El conductor del vehículo respondía al nombre de Benoît Falchetto; era un joven y atractivo empleado de garaje que deseaba que la estrella en horas bajas adquiriera un coche como aquel, y que para convencerla se había ofrecido a llevarla hasta su hotel aquella noche.
Aunque la agenda de Isadora Duncan era otra, como sugiere la despedida que dirigió a sus amigos mientras el vehículo arrancaba: “Au revoir, mes amis, je vais à l’amour!” (“¡Adiós, amigos, voy al amor!”) .
Parece ser que el coche recorrió varios metros antes de que Falchetto decidiera frenar, alarmado por los gritos de los viandantes que contemplaron la breve carrera. El vaporoso echarpe, del que se esperaba que serpenteara como una estela con sublime elegancia, se había enganchado en los radios de la rueda trasera del automóvil, oprimiendo el cuello de Duncan hasta estrangularla y arrojando su cuerpo contra la calzada. Murió casi al instante.
Al principio, el episodio fue narrado con algunas variantes. Una amiga de Isadora presente en el momento fatal, Mary Desti, declaró –quizá para atenuar su culpabilidad por haber sido quien regaló el pañuelo a la fallecida– que sus últimas palabras fueron: “¡Voy a la gloria!”, omitiendo así cualquier sugerencia de una noche de pasión. Esa fue la versión oficial hasta que Desti admitió el pequeño embuste. Y durante mucho tiempo se dijo también que el coche había sido un lujoso Bugatti, en parte porque a todo mito le convienen los aderezos, en parte porque “Bugatti” era el cariñoso apelativo que Duncan había asignado al mecánico que tenía la misión de conducirla hacia el amor
Sea como fuere, el episodio se ha convertido en uno de los iconos culturales del último siglo. En el apartado “muertes célebres en la carretera” compite en dura liza con los accidentes que segaron las vidas de James Dean, Jayne Mansfield y Grace Kelly. Pocos saben hoy en qué consistió exactamente la aportación de Isadora Duncan a las artes escénicas, pero muchos recuerdan que acabó sus días estrangulada por su propio pañuelo. Incluso se ha acuñado un término médico, el “Síndrome Isadora Duncan”, que denomina precisamente ese tipo de defunción, lo que nos lleva a sospechar que no es tan inusual como podría pensarse. Hay que reconocer que, como mínimo, se trata de un final a la altura de una vida excesiva y aparatosa.

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