11 de agosto de 2018

Del régimen de impunidad al bien común: una República para ciudadanos

Jhonatan Liriano

Ciudadano y periodista. Director de El Grillo. @jhonatanLiriano
Desde su fundación, República Dominicana (uno de los pocos países que consagra en su nombre su forma de Gobierno) lleva en sí misma el germen de la contradicción, de la negación del discurso y los principios que le dan origen. La Historia nacional, con pocas excepciones, es la paradójica historia de una República en la que el poder económico y el poder del Estado se concentra en manos de muy pequeñas élites confabuladas para imponer sus intereses particulares sobre los intereses y los derechos de la ciudadanía.
Ocurrió con Duarte y Los Trinitarios, que después de concebir e impulsar el proyecto republicano fueron desplazados de inmediato por la burocracia criolla que había servido a la dictadura de Jean Pierre Boyer y luego desmontó la recién nacida República,  respaldando a Pedro Santana, el hatero que de inmediato comenzó a gobernar como lo hacía en su finca: imponiendo su voluntad omnímoda sobre el resto del país, como si se tratara de una gran extensión de terreno privado lleno de peones obedientes e ignorantes.
Antes, durante y después de la Guerra de la Restauración, en la región Norte, por razones de base económica más diversificada y un sector intelectual más amplio, se origina y se pone en práctica un ejercicio político más democrático y acorde con los cambios que experimentaba Occidente en la segunda mitad del silgo XIX. De los principales líderes de la Restauración surge el proyecto político de los azules, con Gregorio Luperón a la cabeza. Los azules promovían la libertad de expresión, la pluralidad política, el uso racional de los recursos del Estado, la diversificación del aparato productivo, entre otras ideas avanzadas para la época. Pero del mismo seno del proyecto azul surgió el liderazgo político que luego lo negaría y cercenaría: Ulises Heraux, un dictador, astuto y sin escrúpulos que concentró todo el poder del Estado en base a la fuerza y el fraude,  haciendo una especie de gobierno compartido con los otrora adversarios del proyecto azul: los denominados rojos de Buenaventura Báez.
A la muerte de Lilís siguió el imperio de la fuerza, el conflicto permanente entre caudillos con más o menos valor, con más o menor poder económico. Llegamos a momentos en que la República era una propiedad que se disputaban dos dueños de casas comerciales que solo se diferenciaban por el tamaño de la cola del gallo que usaban de símbolo y bandera.
Con la intervención estadounidense llega Trujillo, la máxima expresión de la concentración del poder político y económico y de la anulación de las facultades ciudadanas.  A los treinta años de Trujillo siguieron años convulsos de trujillismo sin Trujillo, de gobierno de la fuerza y represión aliado a una élite de familias económicas que se expandió y se sigue expandiendo a través de la apropiación del patrimonio del Estado y de los amarres con los gobiernos de turno. En los años del balaguerato, la concentración represiva del poder fue tal que por décadas las principales fuerzas políticas del país tenían en el rescate de las libertades públicas son principal objetivo.
Y asa, con pocas y breves experiencias de ejercicio democrático, después de una dictadura de más de treinta años, y un largo período de represión e inestabilidad política, el Partido de la Liberación Dominicana (PLD) llegó al poder en 1996, con la contradicción y la traición en sus primeros. El PLD fue concebido como un partido de élites, no de ciudadanos comunes. El PLD fue pensado como una vanguardia, como un conjunto de mentes preclaras y disciplinadas que iban a extender al Estado y la sociedad los beneficios y la eficiencia de una dinámica política centralizada. Pero el proyecto naufragó el mismo día del Frente Patriótico, con el apego a la tradición más conservadora; con la alianza con las fuerzas económicas engordadas sobre el cadáver de la dictadura; con la aplicación de un modelo económico y político que, vestido de modernidad y desarrollo; solo ha servido para mantener y expandir la pobreza, fomentar la desigual, negar sistemáticamente los más básicos derechos de la ciudadanía, capturar las estructuras del Estado, e instaurar un régimen de apropiación sistemática de los bienes públicos.

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