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27 de junio de 2016

La pandemia que viene

Miguel Ángel Cid
cidbelie29@gmail.com
El auge de la violencia es cada vez más acusado en nuestro país. La prensa no da abasto para reportar los hechos delictivos que ocurren en cada rincón del país. Por ello muchos acontecimientos se producen sin que los medios de comunicación se hagan eco. ¿Y las autoridades? Inventando pendejadas. Perdón. Entreteniéndose con las teorías de la percepción. Mientras la población entre el miedo y la desesperación sólo le queda rezar.
Sin embargo, el rosario de crímenes, atracos, robos y violaciones de todo tipo, no decrece ni con diez avemarías ni cinco padrenuestros.
En la comunidad de Don Pedro, meses atrás, perdió la vida un facineroso en un enfrentamiento con otros de su misma calaña. En pleno velatorio sus compañeros de fechorías destaparon el ataúd y colocaron encima del cadáver decenas de armas de fuego de diferentes calibres. El acto fue una perversa ceremonia que celebraba y honraba la dedicación del fenecido en el arte del delito.
Pero el ritual no termina ahí. La vela de los nueve días concluyó con un desfile motorizado, amenizado por disparos al aire por todo el trayecto. Y esa procesión se repite cada mes, al final de los rezos. El grupo, armado hasta los dientes, disfruta infundir terror a la comunidad.
Más reciente, en este mismo mes de junio, un joven le arrancó la vida de un disparo a su ex compañera, con quien procreó dos hijos. El hombre se presentó a la Disco Terraza Eli, en Don Pedro, donde suponía su mujer bailando con otro. Ni bailando con otro ni en la Eli. La pobre mujer estaba afuera, a unos metros de distancia del lugar. Sin mediar palabras, el tipo la arrastró por los cabellos y a puras trompadas la subió a un motoconcho.
Ya en un callejón apartado, bajo la oscuridad de la noche, le disparó.
Ahí no hubo compasión. Pero tampoco la hubo al día siguiente en la comunidad vecina de Monte Adentro, donde otro joven degolló a su ex esposa. No conforme con ello, se puso una soga al cuello y se ahorcó. Se diría que para perseguirla en la otra vida.
Y es que en Monte Adentro y Don Pedro se delinque a lo lindo, a lo Pedrito Navaja: que “Aunque todo el mundo lo vio nadie ha visto nada”. Por las noches, de lunes a lunes, los bandidos patrullan la zona “con las armas en las manos”. Algunas veces se espantan y con puntualidad llega la policía. Allí montan ellos el otro espectáculo: detener inocentes para picar lo de la cena. Porque, ¿sabe como é?
Todo ello es, con todo, nada. Si lo comparamos con la banda criminal que asesinaba choferes para despojarlos de sus vehículos, desaguarlos por piezas o meterlos de contrabando y venderlos en Haití.
Esa banda de ladrones asesinos operaba en la región oriental del país. Su forma de operar delatan los rasgos patológicos de esos verdugos, de esos monstruos.
¿Cómo se descubrió la pandilla? Pues por pura casualidad. Uno de los bandidos fue investigado por el asesinato de un hombre que apareció con un block al cuello en el río Higuamo, en San Pedro de Macorís.
Una cosa llevó a la otra. Las confesiones del bandolero condujeron a los investigadores policiales al pozo convertido en fosa común para quienes resistían el atraco. Las víctimas eran arrojadas vivas al pozo, no sin antes cubrirles las cabezas con bolsas plásticas. Mientras caían al fondo sus cuerpos se desgarraban con las paredes del agujero.
Como ya se dijo, tanto el Ministro de Interior y Policía, como el ex jefe de la Policía Nacional, aseguran que el supuesto auge de la delincuencia es pura percepción. Sin embargo, el recién designado jefe del cuerpo del orden, declaró que hemos pasado de la delincuencia pura y simple a la epidemia de la delincuencia. No obstante, dejó caer la gota fría: la contradicción de que los actos delincuenciales vienen reduciéndose.
¿Qué creo? O es una cosa o es la otra.

Y la otra cosa es que si seguimos tratando de tapar el sol con un dedo, pronto llegaremos a una pandemia de la delincuencia. A Dios que reparta suerte.

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