RAFAEL PERALTA ROMERO
RAFAEL PERALTA ROMERO |
Es cierto que la muerte acecha en cualquier
parte, pero unos seres humanos andan más expuestos a sus ataques que otros. De
ahí que los demógrafos usen el índice
de mortalidad como uno de los parámetros para medir el desarrollo de una
sociedad. En las naciones atrasadas muere
más gente por enfermedades prevenibles que en las otras.
En las naciones atrasadas también ocurre mayor
número de decesos ante sucesos, aun imprevistos, en los que organismos de
socorro asisten a ciudadanos en condiciones
de vulnerabilidad. En Estados Unidos, por ejemplo, el que un gato caiga
en una fosa es razón para mover bomberos y otras entidades de servicio
público.
En República Dominicana, en cambio, dos
personas útiles y productivas, se lanzan
al mar bravío y mueren en presencia de decenas de curiosos y en ausencia de órganos de auxilio que
pudieron, con intervención oportuna, arrancarlos de las fauces de la muerte.
Pero fueron sumados a la estadística de la muerte inoportuna y atemporal.
Contrariamente a lo que crean los destinistas (“ese era su día”, dirán) el 14 de junio de 2016 no tenía que ser la fecha de muerte del
ingeniero Engel García Peralta ni tampoco la de su esposa, la arquitecta Raquel
Reyes de García. Ella, afectada de un estado de confusión mental, se lanzó –como
Alfonsina- al mar de las Antillas.
Él, apremiado por un impulso varonil, se echó
al agua con la pretensión de redimirla. A
ella la captó con vida un rescatista voluntario, quien la entregó a una
lancha de la Armada. Poco después, murió. Consignamos que la actuación de la
antigua Marina de Guerra fue la única ayuda del Estado para preservar la vida
de dos ciudadanos.
“A los
viejos les espera la muerte a la puerta de su casa; a los jóvenes les espera al
acecho”, ha escrito san Bernardo. Pero ¿y si hubiesen aparecido
los organismos de auxilio, los sacan de las aguas y les proporcionan las
debidas atenciones, habrían perecido? Medidas efectivas pueden prevenir los acechos de la muerte. Y ocurre en algunos países.
La única medida efectiva procedente de una
institución oficial, fue la de la Autoridad Metropolitana de Transporte que
acudió aquella fatídica mañana, con notable prontitud, a recoger el vehículo de los fallecidos sin
que éste se hubiera accidentado. A esa hora, del cuerpo de Engel García sólo se
sabía que yacía bajo las aguas.
No hubo ambulancias ni paramédicos, no hubo bomberos ni buzos de la Armada. Buzos
civiles vendieron el servicio de búsqueda y recuperaron el cadáver. Tres horas debimos
esperar los parientes la llegada de ese
momento. A pocos metros, el gobierno inauguraba un costoso centro de
convenciones. Nosotros aguardábamos
frente al mar.
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