Julia Angélica Maríñez Báez
Julia Angélica Maríñez Báez |
Los
periódicos lloran. Sus planas estilan esquirlas lagrimales doquiera que los
toques. Sus primeras planas se anegan en cenizas, llantinas y desconciertos,
atisban de una sola pasada la sonrisa marchita de quien se arma en valor para
comprarlos, pues cada día que pasa, sus editoriales, cual oro negro de los más
profundos substratos terrenales, tiñen sus letras de muertes y enfermedades, cuyas esquelas
mortuorias se edematizan a tal extremo, que con el fluir del tiempo amenazan
con trasladar a otros lares a la sección de deportes de su propio hogar, con
carácter definitivo.
Las hojas de los periódicos quisieran salir
volando, pero no pueden, la muerte les pesa demasiado y hasta los presidentes
se pasman, se asombran y sobrecogen por la magnitud de los desastrosos y
desatinados hallazgos de la ciudadanía del mundo ante las negligencias médicas
o de otra índole en su día a día y nos quedamos todos estupefactos, dueños,
señores, plebeyos, amos y esclavos, al ver con impotencia cómo las famosas y
esperadas ¨sietes plagas¨ se avecinan y avasallan con paciencia inmisericorde
al mundo y enlutan de manera global a todas las primeras planas.
Pero no todo es horror, a veces la singularidad
de sus orejillas hacen reír al pueblo cuando anuncian antiinflamatorios
superpoderosos para la Chinkungunya, mágicas cámaras de video para acechar a
los ladrones, ansiolíticos e inductores del sueño para poder dormir con estos
calores y apagones, medicamentos milagrosos ante una futura malaria y una que
otra pastillita azul para los menos afortunados, en fin, sus espesores
volumétricos, en su mayoría, gritan escasez, pero también hay rosas en vías de
abundancia, cuyos pétalos gritan victorias, cuando hombres y mujeres, pobres,
comunes y corrientes, se enlistan de protagonistas de sus propias vidas y ganan
la mayor victoria de su existencia, que es la de superarse a sí mismos y contra
brisa y tormenta, nos representan en todas las manifestaciones del deporte o
las artes y nos llenan de júbilo y alegría al ver ondear nuestra gloriosa bandera
en los confines de los mundos menos imaginados.
Como todo, las estaciones del año siguen
cambiando y las columnas, secciones, y suplementos de los periódicos siguen
llorando, salvo una que otra nota alegórica del jetset o las caricias al alma
de los milagros del arte. Lloran por el olor a verde indiferencia de la
humanidad, cuando le hacen caso omiso a las noticias mortales, porque ya se han
vuelto pura rutina, como rutina es ver a diario las muertes de madres por parte
de sus esposos, de lamentar tristes e innecesarios suicidios de artistas y
adolescentes a causa de las drogas, la depresión o la falta del amor familiar,
de ver niños que comen y distribuyen sustancias controladas pensando que son
dulces que sus madres tiene en su casas para el deleite de ellos, de personas
indefensas que mueren por balas perdidas, de asaltos y robos a mano armada
cuando hombres y mujeres de trabajo salen a las calles a buscar versos con
sabor y color para alimentar a su descendencia o cuando la desgracia visita sus
hogares y pernocta la abundancia en la casa de los ladrones, cuando sentimos la
impotencia enhiesta al ver las ofertas en los centros comerciales, pero nos
tocamos los surcos longitudinales dilatados de nuestros bolsillos y la grata
noticia dura poco, o como hoy, que además de los periódicos, lloran sin
clemencia las calles, los edificios, los mares y los mortales, por la muerte de
once niños en un hospital del estado, que lloraron de felicidad cuando
nacieron, pero la pobreza y la negligencia se encargaron de silenciar su llanto
y ya sólo reirán donde no hayan periódicos que lloren, donde la luz celeste de
su candidez sea inmortal a su canto y donde nubes de hálito de paz imperecedero
cobijarán sus alegrías mientras planifican con entusiasmo el sueño de nacer de
nuevo, pero esta vez, siendo más selectivos a la hora de escoger donde
planearán el próximo vuelo de su sonrisa.
Los periódicos lloran y hoy, lloro con ellos.
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