Pedro Palma |
De continuar la acentuada reducción de los precios
petroleros que se ha producido desde julio a esta parte, la economía venezolana
se verá severamente afectada, ya que hoy más que nunca ella depende de la renta
que percibe por sus exportaciones de hidrocarburos.
Como decía en el último artículo de esta columna,
múltiples expertos piensan que los menores precios llegaron para quedarse, no
debiéndonos cifrar grandes esperanzas de que en los próximos meses éstos se
recuperarán. De allí que sea válido que nos preguntemos qué consecuencias
podría sufrir Venezuela de materializarse esas previsiones de menores precios,
y qué efectos negativos se han producido hasta ahora.
Tradicionalmente, una reducción de los precios
petroleros deteriora las expectativas económicas, afianzándose el
convencimiento de que escasearán las divisas, lo cual se traducirá en
devaluaciones y en encarecimiento de los productos foráneos, agravándose el
problema inflacionario.
Eso lleva a los agentes económicos a protegerse a
través de la adquisición nerviosa de dólares antes de que éstos aumenten de
precio, lo cual contribuye a acelerar y a acentuar su encarecimiento. De hecho,
el tipo de cambio libre ha mostrado un sostenido e intenso aumento durante los
meses recientes, pasando de un nivel de 67 bolívares por dólar a comienzos de
julio a otro cercano a los 100 bolívares en la actualidad.
Lo anterior contribuye a exacerbar la avidez por los
dólares controlados que vende el gobierno a precios preferenciales, ya que se
generaliza el convencimiento de que esos tipos de cambio oficiales serán
inevitablemente revisados, por lo que hay que adquirir cualquier cantidad de
moneda extranjera que se ofrezca a esos bajos precios, muy inferiores al
existente en el mercado paralelo.
Otro efecto negativo es el que se produce sobre las
cuentas fiscales debido a la caída de las exportaciones. Eso lleva al
convencimiento de que el gobierno se verá obligado a racionalizar sus gastos y
a incrementar sus ingresos a través de ajustes en el tipo de cambio petrolero,
pues así Pdvsa recibiría más bolívares por los dólares que venda, pudiendo
pagar más impuestos.
También surge el convencimiento de que aumentarán las
tarifas de los servicios públicos y los precios de algunos productos, como la
gasolina. Estas medidas, al igual que los ajustes cambiarios, tendrían efectos
inflacionarios y recesivos, desmejorando las condiciones laborales y limitando
el poder de compra de los ingresos de la población.
La merma de los ingresos petroleros y la consiguiente
caída de las reservas internacionales le generan dudas a los inversionistas
locales y foráneos acerca de la capacidad del sector público de seguir honrando
sus compromisos de deuda, particularmente de la externa, lo cual se traduce en
ventas nerviosas de los bonos en moneda extranjera y en su consiguiente
abaratamiento.
De hecho, en los tres meses transcurridos entre el 16
de julio y el 16 de octubre el precio de los bonos de la República que vencen
en 2027 pasaron de un 89,25% de su valor nominal a un 54,5%, una caída de
38,9%, y los bonos de Pdvsa que vencen en 2017 cayeron 34,9%.
Eso significa un encarecimiento substancial del
financiamiento externo para Venezuela, precisamente en el momento en el que más
lo puede necesitar, debido a la merma de sus exportaciones y a los altos
compromisos externos que tiene que atender.
Estas y otras consecuencias negativas podrían
mitigarse si se redujeran los subsidios y regalos petroleros a otras naciones,
si el país tuviera un elevado nivel de reservas internacionales, si se pudieran
incrementar substancialmente las exportaciones no petroleras, y si se contara
con un robusto aparato productivo interno que pudiera elevar la producción
local y reducir la dependencia de las importaciones.
Sin embargo, sabemos que esa no es la situación que se
vive, razón que me lleva a pensar que las perspectivas de corto plazo no son
favorables, por decir lo menos. Tiempos difíciles tenemos por delante.
Colaboración especial para LatinPress®.
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