La epidemia dejó al descubierto la desconexión entre la percepción de los organismos de la salud mundial y la realidad en el control del virus; los especialistas no dimensionaron la escala potencial del desastre cuando se originó en África
Por Joel Achenbach y Lena H. Sun | The Washington Post
Una imagen que se ha vuelto cotidiana en algunos países
de África: el entierro de una víctima de ébola, en Liberia.
Foto: NYT
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Tom Frieden recuerda a la joven de cabellos teñidos de un dorado cobrizo y meticulosamente trenzados, tal vez por alguien que la amaba mucho. La joven yacía boca abajo, con medio cuerpo fuera del colchón. Estaba muerta desde hacía horas, y las moscas ya habían descubierto la carne desnuda de las piernas.
Cerca de ella, yacían otros dos cuerpos. Los pacientes postrados que todavía no habían sucumbido ante la enfermedad decían: "Por favor, llévenselos de acá", en referencia a los cadáveres.
Frieden, director del Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC, por sus siglas en inglés), sabía que llevarse adecuadamente un cuerpo infectado con el virus del ébola no era cosa fácil. Hacen falta cuatro personas con trajes de protección y que cada una tome uno de los extremos de la bolsa. Ese triste día de fines de agosto, en una improvisada guardia de enfermos de ébola en Monrovia, Liberia, los equipos de entierro ya habían cargado a 60 víctimas hasta un camión que luego las llevaría hasta el crematorio.
Frieden ya había visto muchos muertos a lo largo de los años, pero esto era mucho peor de lo que esperaba: una peste a escala medieval. "Una escena dantesca", lo definió.
Consternado, Frieden regresó a Estados Unidos el 31 de agosto e informó de inmediato por teléfono a Barack Obama. El margen de tiempo para actuar se estaba achicando, le dijo al presidente en una conversación de 15 minutos.
Esa charla, casi seis meses después de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) se enterara de un brote de ébola en África Occidental, llegó en el momento en que los líderes mundiales recién empezaban a darse cuenta de que estaban perdiendo la guerra contra el virus. Y hasta principios de septiembre, cuando ya había más de 1800 casos confirmados en Guinea, Sierra Leona y Liberia, no hubo una respuesta global coordinada para enfrentar la epidemia. Alarmados, los funcionarios norteamericanos advirtieron que tal vez tendrían que convocar a los militares.
Finalmente, Obama ordenó el envío de 3000 efectivos a África Occidental. A principios de este mes, cerca de 200 efectivos habían llegado a la zona. A los militares se sumarán trabajadores de la salud de países como Gran Bretaña, China y Cuba. Canadá y Japón están enviando trajes protectores y laboratorios móviles. También contribuirán organizaciones sin fines de lucro, como la Fundación Gates. Pero queda por verse si esta tardía reacción, por decidida que sea, es suficiente para frenar la epidemia antes de que se cobre decenas de miles de vidas.
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