Pese a que reconocen la falta de asistencia y los supuestos actos de corrupción, la mayoría de los vecinos de ese asentamiento de Río votará el domingo por la presidenta
Por Alberto Armendariz | LA NACION
RIO DE JANEIRO.- Los Gonzaga no son parte de los casi 40 millones de brasileños que en la última década salieron de la pobreza. No se ilusionan con el consumismo de los que integran la "nueva clase media" brasileña; se reconocen como los "pobres de siempre".
Apenas sueñan con tener un trabajo fijo, comida en la mesa todos los días y acabar con la miseria en la que viven, rodeados de cloacas abiertas, basura y gallinas en la polvorienta favela Dilma Rousseff, en la periferia de Río de Janeiro. Pese a su difícil situación, este domingo votarán por la reelección de la actual presidenta, con la esperanza de que algún día venga a ayudarlos.
"Aécio Neves es el candidato de los ricos, jamás se interesará por nosotros. En Dilma tenemos fe; ya hizo mucho por los pobres de este país. En algún momento será nuestro turno", comenta a LA NACION Benjamín Gonzaga, 35 años, carpintero que lleva un año sin empleo regular y hace changas en distintas obras en construcción mientras su esposa, María da Paixão, de 26, vende jugos, pollitos y pochoclo a la vera de la vecina ruta BR-465, acompañada por sus hijas Yasmín, de 7 años, y Karen, de 3.
Los Gonzaga llevan cuatro años viviendo en esta comunidad de unas 200 personas, en un terreno baldío propiedad estatal, que el hermano de Benjamín, Vagner, pastor evangélico y presidente de la asociación de vecinos, decidió bautizar con el nombre de la entonces recién electa presidenta, la primera mujer en llegar a ese cargo en Brasil.
Confiaban en que, siguiendo los pasos de su antecesor y mentor político, Luiz Inacio Lula da Silva, Dilma lucharía por erradicar la miseria en el país y ellos serían beneficiados. Durante un tiempo recibían 130 reales mensuales (50 dólares) del famoso programa Bolsa Familia, pero como su humilde vivienda no tiene domicilio oficial, quedaron fuera del registro.
En plena campaña electoral, llegó gente del oficialista Partido de los Trabajadores (PT) para darles calcomanías, banderas y folletos de Dilma, y prometieron enviar representantes del Ministerio de Desarrollo Social para que les expliquen cómo hacer para volver a registrarse en el Bolsa Familia. Todavía no han aparecido. La presidenta tampoco pasó por aquí, aunque su imagen propagandística está por todos lados en la casucha de ladrillos a la vista y techos de lata.
"Hay que darle tiempo para hacer las cosas; Lula tuvo dos gobiernos y terminó ayudando a mucha gente. Yo sólo quiero tener una casa normal, de gente normal; con servicios de electricidad, agua y cloaca", apunta María da Paixão, mientras su hija mayor arranca un mango verde de un árbol para comer luego con un poco de sal.
Después de despedir por la mañana a su marido Sidney, 31 años, chofer de van, Claudia da Silva Pereira, 41, se acerca con sus seis hijos pequeños a la asociación de vecinos para revisar la donación de zapatillas de suelas gastadas que llegaron como donación. Ella también votará por Dilma pasado mañana, y si pudiera pedirle algo sería que construyera una guardería, así podría dejar a sus hijos allí e ir a trabajar.
"No creo que ésa sea una inversión tan cara, y con todo el dinero que se robaron en Petrobras?", dice en referencia al reciente escándalo de sobornos revelado dentro de la compañía estatal. Enseguida aclara que en todos los gobiernos hay gente corrupta.
"Por lo que dicen en la televisión, Aécio no es ningún santo. También desvió recursos públicos cuando era gobernador de Minas Gerais, dicen que le pegaba a su mujer y que usa drogas", repite los rumores esparcidos por la maquinaria petista.
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