24 de octubre de 2014

Santo Domingo merece una mejor dirección

Por Manuel Quiterio Cedeño

SANTIAGO (Chile).-  Los chilenos son simpáticos y buenos anfitriones.

Te hacen sentir bien recibido, que formas parte de su mundo y agradecen que los visites.

Es la impresión que deja de la interacción con la gente común, las personas de a pie en la calle, tus anfitriones o los profesionales con los que te relacionas.

A veces, en el intercambio personal  cercano te queda la impresión de que estás en un diálogo con amigos y amigas de siempre.

Lo más sorprendente es visitar esta encantadora ciudad, para ofrecer una conferencia en un encuentro de comunicación estratégica sobre la erradicación del trabajo infantil, del cual uno de los principales promotores y organizadores es la Policía de Investigaciones  de Chile (PDI).

El conductor de la actividad y moderador de uno de los paneles del encuentro es el periodista Erick Bellido, un inquieto y culto oficial de la PDI, integrante de una unidad que tiene a su cargo el programa de prevención de delitos contra niños, niñas y adolescentes, cuyo director es un policía profesional de la psicología y al subdirectora una simpática educadora.

Aquí las investigaciones policiales están a cargo de este cuerpo de policía civil, cuyos integrantes se forman en una escuela cuyos programas e instalaciones pueden ser la envidia de cualquiera de las universidades dominicanas.

Todo sorprendente para quien llega de un país en que la característica distintiva de la Policía no es su profesionalidad y lo que más sobresale son sus insistentes esfuerzos para convencer a la sociedad de que la mejor política para combatir la delincuencia son los asesinatos extrajudiciales que disfrazan -porque todos somos unos tontos- de “intercambios de disparos”.

Su práctica es una absurda y criminal pena de muerte, que aplican impunemente, y que en realidad esconde su total incompetencia, porque la delincuencia crece a un ritmo más rápido que sus asesinatos.

Igualmente sobresalen para quienes llegamos de a caótica y asquerosa capital dominicana, los encantos de una ciudad limpia, ordenada e instituciones municipales competentes; con servicios de transportes eficientes, con envidiable oferta de parques, áreas verdes y actividades culturales.

Provoca envidia observar el río Mapuche, que cruza la ciudad de Sur a Norte, canalizado y limpios, con parques en su rivera, comparado con el río Ozama de Santo Domingo, una cloaca nauseabunda.

En los sectores céntricos de la ciudad sobresalen sus zonas arboladas, anchas aceras y calles señalizadas, siempre llenas de personas, un espectáculo urbano que los dominicanos sólo vemos en días de carnaval o mítines políticos.

Lo repito: algún día los residentes en Santo Domingo entenderán que su ciudad no debe ser dirigida por comberos, programeros mediocres, cómicos o políticos rateros. También, que merecemos un cuerpo de verdaderos policías bien pagados.

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